Bitácora que pretende recojer el trabajo duro y sacrificado de los reporteros de calle y fotoperiodistas del Perú y el mundo, así como las técnicas que utilizan para mostrar al mundo los hechos más trascendentes del día a día. Apelando a la tendencia mundial del llamado "código abierto" cogemos imágenes del espacio virtual sobre el tema y las aglutinamos en éste sitio con el mejor propósito de disponer de un espacio en donde mirarnos nosotros mismos.
domingo, 19 de septiembre de 2010
Dos fotos para el desmayo
La vida de Cristóbal Herrera cambió en dos clicks. Capturó las imágenes simbólicas del debilitamiento del régimen en Cuba: el desmayo de Fidel, el 2001, y su tropiezo, el 2004. Tras ello, el fotógrafo se vio obligado a abandonar la isla.
Por: Nelly Luna Amancio
Domingo 19 de Setiembre del 2010
El Comercio
La foto que ilustró la portada de los diarios más importantes de todo el mundo no le gusta a su autor. Cristóbal Herrera dice que está fuera de foco y que tiene un mal encuadre. En la imagen, el ex presidente cubano Fidel Castro tiene la cabeza apoyada sobre el micrófono por el que ha hablado durante más de dos horas, su mandíbula casi toca el pecho, tiene el rostro desencajado y los ojos cerrados, los hombres de seguridad que lo acompañan lo miran absortos. Es el instante previo a su desmayo, es 24 de junio del 2001, es el municipio habanero del Cotorro, es más de mediodía.
La imagen que muchos usaran luego para ilustrar el colapso del régimen cubano es un soplo en el tiempo. Un micromomento antes de que la seguridad levantara alrededor de Fidel una suerte de camerino improvisado para evitar que los medios captasen su caída, el instante previo al codazo que derribaría a Cristóbal Herrera sobre el asfalto. “Fue cuestión de segundos, solo alcancé a hacer dos disparos”, recuerda el fotógrafo cubano. No hubo tiempo para plantear el encuadre.
Cristóbal Herrera ha contado innumerables veces la historia de cómo hizo la foto y luego la envió a su jefe de la agencia Associated Press, ahora lo hace sentado frente a decenas de periodistas en una conferencia latinoamericana de periodismo de investigación, en Buenos Aires. Ante tanta gente se siente desarmado. No lleva su cámara consigo. Bromea: “No entiendo qué hago acá cuando lo mío no es hablar sino hacer fotos”. Y recuerda: “¿Estás seguro de que quieres enviarla?”, le preguntó dos veces su editor. “La foto no me gustaba, pero era el único que la tenía, yo lo sabía, por eso la envié. Pesó más mi orgullo profesional que mi instinto de sobrevivencia”.
Nunca había visto a Fidel tan rojo como aquel día del desmayo. El líder cubano hablaba una vez más de la revolución, del orgullo cubano y, sobre todo, de la “larga y difícil” batalla por la liberación de supuestos espías cubanos en Estados Unidos, pero los periodistas casi no lo escuchaban. Ni siquiera Cristóbal, que jugaba con su cámara, recuerda hoy de qué hablaba. Estaban los hombres de prensa sentados en el lugar de siempre, amodorrados por el calor y acordonados por los militares. “Lo normal era que los fotógrafos solo hicieran fotos al inicio y al final del discurso”. Pero aquel no fue un día normal.
A Cristóbal le habían entregado una cámara digital nueva en su agencia. No paraba de manipularla, cuando de pronto notó que la cara de Castro estaba extrañamente roja. “Y él es verde”. Las venas saltaban de su frente. Cristóbal colocó la cámara sobre su pecho y esperó. “Este hombre se va a caer”, se dijo en silencio. Y cayó. Y Cristóbal alcanzó a hacer dos clicks. Y luego él también cayó, pero derribado por un guardia. Y mintió cuando le preguntaron si había hecho la foto. “Un oficial cubano jamás piensa que otro cubano le puede mentir”.
Los meses siguientes Cristóbal continuó haciendo fotos, pero sus editores no le daban misiones que involucraran a Fidel. La tormenta parecía haber pasado cuando el 20 de octubre del 2004 fue enviado a Santa Clara, donde Castro daría otro discurso. Aquel día el azar quiso que el entonces presidente acabara en el suelo tras un grave tropezón. Cristóbal tenía la foto, la volvió a enviar y esta se difundió. Unos meses después, dos militares cubanos lo interceptaron en la calle y le dijeron que lo mejor era que abandonara el país. “Y bueno, me fui, qué iba a hacer”. Partió con su esposa y su hija a Costa Rica, luego a México y de ahí a Estados Unidos.
Cuando a Cristóbal le preguntan qué piensa hoy, que vive en Florida, sobre el socialismo y el capitalismo, él bromea con la tranquilidad de quien asiste a una tragicomedia: “Antes creía que el comunismo era bueno y el capitalismo era malo, pero creo que en el capitalismo no son tan ciertas todas las libertades que se dicen tener; estas también son limitadas, por eso prefiero no encasillarme. Hay veces en que no controlo algo dentro de mí, es decir, veo una bandera estadounidense y todavía me enojo, pero luego recuerdo que vivo en Estados Unidos”.
Cristóbal Herrera dice que su única política posible ahora es la de su familia y sus amigos. Extraña Cuba, pero no puede volver. “No es seguro, ahora tengo una hija y solo pienso en ella”. ¿Te arrepientes de haber pasado la foto? ¿La volverías a pasar? “No, creo que no la enviaría, expondría a mi hija y a mi esposa”. El fotógrafo ha cambiado de prioridades. “¿Hay que parar en algún momento, no crees?”. La imagen que le dio fama fue también su condena. Por esa foto que él nunca muestra en sus presentaciones, el régimen castrista lo sacó de Cuba.
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