lunes, 19 de marzo de 2012


Homenaje al ojo inmune de la calle


Por Ghiovani Hinojosa
Fuente La República   18 de marzo de 2012
DANIEL PAJUELO: 
PESCADOR DE INSTANTES
Su hábitat eran los cerros de El Agustino, donde se movía como pez en el fango. El paradigmático fotógrafo Daniel Pajuelo Gambirazio retrató el lado más sórdido de la Lima: lugares, ídolos y usanzas marginales. Mañana lunes se inaugura en la Casa O’Higgins del Centro de Lima la exposición “La calle es el cielo”, que muestra el grueso de su trabajo a 12 años de su muerte. Aquí detalles poco conocidos de la vida del reportero gráfico que se hacía amigo de sus agresores.

“¿Dónde está el lugar al que todos llaman cielo?”, anotó Daniel Pajuelo en su libreta. Estaba tendido sobre su cama en un hotel de la ciudad de Mar del Plata, en Argentina. Era la primera semana de enero de 1999. Tenía un cigarrillo en los labios, y dos botellas de cerveza Quilmes esperando por él en la mesa de noche. El discman, que solía proveerle un fondo musical a casi todo lo que hacía, reproducía una canción de Luis Alberto Spinetta. Aquella que cuenta la historia del Capitán Beto, un aventurero que emprende un viaje sideral a bordo de una nave destartalada.
La pregunta que Daniel había escrito en su libreta parecía justa. Llevaba algún tiempo soportando fuertes dolores en la cabeza y una sensación inédita de cansancio. El 23 de noviembre de 1998 había apuntado en el cuadernito verde que llevaba a todos lados: “Hay algo en mi cerebro a parte del rollo, de ataque extraño, de afecto, de adormecimiento y bajón cerebral que me da en cualquier momento y me deja maltrecho”. Era entonces uno de los reporteros gráficos más cotizados del diario El Comercio. Precisamente había sido enviado a Argentina para cubrir los partidos del campeonato sudamericano Sub 20 de ese año. Cuando Daniel envió por internet las primeras fotografías que había tomado de los encuentros, la sala de redacción de El Comercio rebosó en desconcierto. Muchas de las imágenes estaban desenfocadas. Era algo insólito en un fotógrafo que tenía acostumbrados a todos a encuadres prolijos, focos precisos y mucha inteligencia. Por aquel tiempo, ya era famosa su reputación como pescador de instantáneas que destilaban humor, sarcasmo y marginalidad.
Al llegar a casa tras el viaje, su madre, doña Esperanza, le serviría una taza de té y notaría, preocupada, cómo él echaba la cucharadita de azúcar fuera de lugar. Empezaría a quedarse ciego. Maldeciría el mundo. Reservaría lo poco de vista que le quedaba para ver películas con sus hijos. Un tumor cerebral llamado astrocitoma lo sumergiría en el negro total. Como si estuviera condenado a pasar el resto de su vida en un cuarto fotográfico oscuro y sin salida. Pero eso ocurriría después. Ahora estaba despanzurrado en su cama, llenando la habitación de humo de tabaco. Spinetta le había puesto triste. Tomó su discman y cambió el CD por uno de la banda argentina Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota. Un grupo caleta, propio de su melomanía crónica. “Son más místicos los tíos, tocan 2 veces al año, no dan entrevistas, son muy herméticos”, puso en su libreta. Y, luego de pensar un rato, materializó un febril anhelo: “Ojalá algún día toquen en El Agustino y sepan lo que es bueno”.
“Esto es bueno”, les dijo Daniel Pajuelo a sus compañeros del diario El Mundo mientras abría su maletín. Acababa de llegar de una comisión periodística en la Cordillera del Cóndor, en Tumbes, adonde había ido a fotografiar la campaña de Susy Díaz al Congreso. Era la primera mitad de 1995. Ante la mirada atenta de sus colegas, fue tirando poco a poco de una pequeña prenda que rápidamente reveló su extravagante intimidad: era el taparrabos de Susy, una tanguita de flecos que la vedette había exhibido durante ese viaje. Ella tenía 31 años y no pocos seguidores, por lo que el objeto se convirtió rápidamente en una especie de trofeo de guerra. “Pajuelo se convirtió en el héroe de la jornada”, recordaría tiempo después Herman Schwarz, ex editor gráfico de El Mundo. “Así de pícaro era”.
En otra ocasión, en medio de una huelga de prostitutas en El Trocadero, convenció a una para que realizara una complicada contorsión sobre su cama. La mujer, cuyo rostro miraba al techo, flexionó los brazos y las piernas hacia atrás, y llevó el abdomen hacia adelante, formando una especie de araña humana. Una araña pulposa y sonriente. La fotografía forma parte del repertorio clásico de Daniel. En aquel tiempo, anotó en un cuadernito negro una reflexión que bien podría reflejar su talante desfachatado y anarquista: “El Trocadero no lo han cerrado por el sida, los chancros o las ladillas, como afirma un exagerado diario capitalino. Lo que pasa es que las meretrices decidieron librarse del yugo monopólico de la ‘MAMY’ e ingresar con todo a los tiempos modernos”. 
Daniel Pajuelo fue reportero gráfico de El Mundo entre 1994 y 1996. Fue su primera experiencia en prensa. Al inicio fue reticente a entrar al periódico porque temía tener que alejarse del mundo marginal, su escenario predilecto. Como miembro del proyecto Tafos (Taller de Fotografía Social), había pasado varios años recorriendo y fotografiando entornos precarios en todo el Perú. Una de sus tareas principales había consistido en enseñar fotografía a mineros y obreros de Morococha, La Oroya y Huancayo. En El Mundo trabajó con  periodistas como Esther Vargas y María Luisa del Río, y con fotógrafos como Martín Mejía y Nancy Chappell. También conoció a Malú Cabellos, su última compañera sentimental. Ella lo recuerda como alguien osado, fresco y exigente. Daniel solía esperar en la puerta del cuarto de revelado del semanario las reproducciones preliminares de sus negativos. A diferencia de la mayoría de reporteros gráficos, él era un experto laboratorista. Había convertido un baño inservible de su casa en un cuarto de revelado, en el que tenía los químicos necesarios para ampliar las fotografías de sus proyectos personales sobre los cerros de El Agustino. La fotografía en aquel tiempo era como la cocina, cada quien tenía su propia sazón. Y la de Daniel rebosaba en ají.
El primer lente fotográfico que tuvo Daniel Pajuelo fue la ventana del auto de su papá. Desde un borde de metal rectangular, descubrió que la realidad se podía enmarcar y que para hacerlo bien había que penetrar con la mirada. Don Isaías Pajuelo solía dejarlo esperando dentro del carro mientras se iba a hacer compras en el mercado de frutas. Delante de sí, el pequeño Daniel tenía la imagen de un monstruo de arena multicolor, el cerro El Pino, que deglutía con sus mandíbulas a cientos de inmigrantes provincianos. Le fascinó el cuadro. Años más tarde, volvió a este lugar y a otros tan o más tremebundos cuando trabajaba atrapando perros callejeros en un centro antirrábico de Comas. Disponía ya de un nutrido repertorio de maneras y frases pendejas, por lo que no le costó relacionarse y establecer amistad con los moradores de este mundo real maravilloso. Los cerros de El Agustino –el Agucho, para él– empezaron a ser su hábitat. Y sintió entonces la necesidad de inmortalizar la efervescencia: intelectuales de esquina, rockeros desaforados, putas desalmadas. Consiguió colgarse en el cuello una cámara Rollei 35s usada.
Daniel no era un foráneo que llegaba a tomar fotos, sino un chico de barrio que simplemente llevaba una cámara. Al formar parte natural del entorno, sabía cuándo disparar y cuándo no. Una noche caminaba por los linderos del cerro El Pino cuando un grupo de hombres lo interceptó.
–Oye, causa, necesitamos ese aparato tan pulenta: tenemos que quemarlo pa’ comer- gritó uno de ellos.
Daniel se sentó en una piedra mugrosa y lo miró tranquilo.
–Causa, me llamo Daniel y me dicen el Daniel, ¿quieres la lenteadora pa’ comer o pal’ pastel?
–Tengo dulce pa’ recetearme por una semana. Lo que no tengo es billete pa’ que coma mi hembra y los animalitos que parió.
–Habla, pues, así. Vamos a comprar pollo para tus hijos.
Esa noche, recuerda la mamá de Daniel, terminaron todos tomándose unas cervezas en la casa del ladrón. Daniel no sólo logró conservar su cámara, sino que también ganó un amigo protector en el cerro. En intentos de asalto anteriores, había bastado con prometer a los malhechores tomarles las fotos más lindas de sus vidas. Y claro, cumplir.
Daniel Pajuelo podía convertirse en amigo de su asaltante con naturalidad y sencillez. Podía tejer una red de contactos capaz de introducirlo en los círculos sociales más herméticos. Podía cultivar amigos que casi le rendían pleitesía. Podía engreír el ojo de miles de personas. Pero a veces no podía soportar el tráfago que era su vida familiar. A los 26 años tuvo sus primeros hijos, dos gemelos, que nacieron de una mujer llamada Violeta. Al poco tiempo, se separó de ella y empezó a ver a los bebés esporádicamente. Su vida de fotoperiodista viajero sólo complicaba las cosas. Un día de 1994 estaba dentro de un bus rumbo a Ica y fue invadido por “un sentimiento de culpa de padre ausente” debido al “hijo que ya manifiesta su disconformidad negando un beso sin mala intención”. Esto de acuerdo a los apuntes que hizo en la libreta que llevaba entonces. Aquella vez, apuntó también una frase temblorosa: “El sentirme un eterno deudor de sentimientos deberá tocar techa algún día”. El 7 de diciembre de 1995, el hombre que tenía siempre los pies bien plantados sobre el pavimento o la arena, anotó en su clásica bitácora: “A veces pienso que estoy tan lejos, realmente tan lejos, de la realidad, y que mi caparazón es inmenso, duro. Pero el día que se rompa voy a quedar totalmente demolido. Necesito llorar, tener sexo y dormir”.


Las capturas de Pajuelo tienen, según Herman Schwarz, esa “cosa medio dark”, ese vaho de sordidez que exuda una ciudad alterada. Una urbe que sufre traumas y mestizajes permanentes. Su fotografía ha sido tan poderosa que ha inspirado cuadros, como los del pintor Enrique Polanco, y una canción, Catalepsia, de Los Mojarras. Daniel murió a las 37 años el 14 de setiembre del 2000. Lo último que hizo fue mandar a traer a su casa una mesita de luz, como la de los médicos radiólogos, para ver de cerca los negativos de sus fotos. Quería sentir, aunque sea con el tacto, el sabor de sus incursiones marginales. Por fin lo había comprendido todo: la calle es el cielo. 
Pintura de Enrique Polanco inspirada en las imágenes de Daniel

domingo, 18 de marzo de 2012


Qué hace esa mujer en la Redacción


Suplemento VSD de La República, 30 de noviembre de 1984_Foto Manuel Vilca
(Estas jóvenes reporteras ya están hoy en base Cuatro… si no Cinco… ¿Las recuerdan? Viviana Ausejo, Vivian Goicochea, Jenny Blanco, Verónica Babestrello, Martha Marengo, Vicky Peláez, Hilda Sánchez, Jenny Blanco, Liliana Isasi, Mónica Chang, Charo Sheen, Mónica Delta).
Escrito por Juan Gargurevich
Una historia poco contada
En el periodismo del siglo 19 la pregunta debe haber sido frecuente:"¿Qué hace esa mujer en la redacción?". Y hasta bien entrado el siglo 20 no era normal contemplar a una doña tecleando al lado de los hombres en aquellas ruidosas salas llenas de humo atosigante y frecuentes exclamaciones soeces. La verdad, era rarísimo.
¿Cuándo llegaron las mujeres al periodismo? El problema es que habría que diferenciar entre las mujeres que a lo largo de siglos de nuestra historia escribieron en periódicos y las que hicieron del periodismo su forma de vida… tal como nos ha pasado a todos los que estamos en esto: por vocación y por necesidad.
El periodismo norteamericano luce a la intrépida Nellie Bly que fue contratada por Joseph Pulitzer para que diera al vuelta al mundo en menos días que la gran novela de Julio Verne, lo que efectivamente logró en 72 días. Y luego se hizo pasar por loca para introducirse en el manicomio de Nueva York y producir una serie de crónicas escalofriantes.
A partir de entonces, finales del siglo 19, la lista de periodistas mujeres es muy nutrida en el periodismo mundial y difícil de seguir (por lo menos por nuestra escasa información y ausencia de trabajos especializados).
¿Y en el Perú? La historiadora Aída Balta publicó en 1998 el libro “Presencia de la mujer en el periodismo escrito peruano (1821-1960)”. Hizo una clasificación sugestiva al dividir su revisión de la “presencia” en tres etapas: “Las Pioneras” (desde los tiempos coloniales hasta albores de la República), “Las veladas literarias y las mujeres periodistas” donde ya aparecen féminas aguerridas que fundan revistas y una tercera “Periodismo, bohemia y lucha social” donde un puñado de señoras comienza a instalarse en las redacciones. Balta se detiene al iniciarse la era del periodismo de televisión.
Más vital e informativo sobre las periodistas de los ochentas es el texto de Sonia Luz Carrillo “Las profesionales de la comunicación”, de 1994, pues hace entrevistas a profesionales muy destacadas que cuentan sus avatares y experiencias y muestran, en conjunto, un retrato de cómo era el periodismo para las mujeres en la década en que el periodismo se recomponía luego de la experiencia militar.
Encontramos poco material en Internet, pero destaca el texto de Mabel Barreto ¿Por qué en el Perú una mujer no dirige un periódico?
Angela Ramos fue la primera reportera
Veinteañera, de aparencia frágil, Angela Ramos (1896-1988) peleaba lugar en la redacción de El Comercio con la vehemencia de cualquier colega y no tenía problemas para compartir veladas pisqueras con los mayorcitos. Y si hubiera tenido físico se habría agarrado a trompadas con cualquiera.
Ingresó al Decano de La Rifa en 1918 de la mano del legendario “Racso” y pronto se hizo periodista profesional, de planta, que debía buscar la noticia cada mañana porque no era época de cuadro de comisiones:
“Lo primero que hacía era revisar la lista de pasajeros de los barcos que llegaban al Callao. 
Allí encontraba a la mayoría de mis personajes, pues no faltaba un polista, o una actriz, es decir artistas, políticos de notoriedad que merecían una entrevista. Los ubicaba fácilmente en el Hotel Bolívar… que yo convertí en mi centro periodístico”.
Eran los mejores años del periodismo pre-Leguía, de intenso combate político que tenía en los diarios su mayor expresión. El Comercio civilista (Pardo), La Prensa demócrata (Piérola), La Crónica (Leguía) y multitud de revistas en las que brillaban periodistas como Valdelomar, Mariátegui, Yerovi.
“Mi primer sueldo mensual fue de tres soles oro. Pero no asombrarse, las cosa, las cosas eran muy baratas. Se almorzaba por treinta centavos… Era la época en que César Miró, hoy gran escritor y periodista, ganaba sólo cinco soles”.
Se casó a los 22 con Felipe Rotalde, compañero de oficio, alegre y bohemio como ella y juntos hicieron una larga carrera que, como los buenos periodistas, transcurrió en varios diarios y revistas. Escribió en La Prensa, La Crónica, El Tiempo, La Noche. En las revistas Variedades y Mundial, y ya avanzando en su compromiso social, en la célebre Amauta que editaba José Carlos Mariátegui.
Buena parte de sus textos periodísticos ha sido publicada en dos tomos titulados “Una vida sin tregua”, en 1990, y allí puede apreciarse la soltura de su pluma, fresca y hasta agresiva cuando hacía falta.
Angela Ramos se radicalizó hasta el punto de ingresar al Partido Comunista pero en la versión original, la mariateguista. Luego se apartó de la militancia pero nunca abandonó su visión crítica, de reclamo de cambio social.
La conocí ya anciana, vivaz y habladora, con buena disposición a contar y recordar sus buenos viejos tiempos que fueron, los mejores, en los lejanos años veinte.
Primero Violeta Correa, luego Elsa Arana Freire
Mary Alvarez Deza, Luz Duarte Heredia, Nina Flores… ¿Quiénes eran? ¿En qué radio o periódico trabajaban? Forman parte del solitario cuarteto femenino que figuran en la extensa y masculinizada lista de fundadores de la Federación de Periodistas del Perú, en 1950. La cuarta era Angela Ramos, por supuesto.
En la otra institución, la Asociación Nacional de Periodistas, no había damas en la directiva de aquellos años (no sabemos si admitían socias). Y tampoco las encontraremos en los anteriores intentos de unir al gremio.
La presencia masculina era tan fuerte en El Comercio que hasta la Página de Sociales la encargaban a varones. Había por ahí una que otra en el archivo, la biblioteca, alguna traductora… pero la primera a la que se encargó una sección fue Violeta Correa.
Pedro Beltrán rompió el canon y llamó a la Correa para Sociales hacia 1955 y fue ésta quien contrató a la joven boliviana Elsa Arana Freire, quien años más tarde contaría: “El periodismo era una vocación desesperada, difícil sobre todo en razón del sexo. Las grandes plazas estaban copadas por los colegas masculinos. Con singulares excepciones, las mujeres no incursionaban en ese quehacer, salvo para hablar de modas y festejos, menús y pañales de infantes. Es decir, coser y bordar…”.

Exageraba un poco porque a esas alturas ya egresaban reporteras de los Institutos de Periodismo de San Marcos y sobre todo de la Universidad Católica, que se acercaban al periodismo por la vía de las revistas o las emisoras de radio. Donde no brillaban todavía era en la gran prensa cotidiana.
Y allí entró Elsa Arana, que luego de Sociales pasó a la redacción a codearse con lo mejorcito de aquella famosa generación del 50 del diario La Prensa. En 1957, por ejemplo, ganó el Premio Mergenthaler por su reportaje de siete tandas “Cien días en la barriada”. Luego formó parte de la fundación del suplemento “7 Días del Perú y el Mundo” donde es posible leer decenas de sus crónicas, en trabajo que fue interrumpido por el gobierno militar.
En 1972 hizo un informe sobre la difícil situación de la libertad de prensa en el Perú en la asamblea de la Sociedad Interamericana de Prensa en Santiago y cuando retornó al Perú la policía la devolvió al avión que la llevó al exilio, rumbo a México. Los militares no soportaron su crítica.
No regresó hasta 1982 para unirse al grupo que intentaba salvar La Prensa y fue testigo de la debacle y el cierre del diario donde hizo su carrera. Volvió después a España donde murió en el 2008.
Dejó frases testimoniales y de aliento a la nueva generación: “Las muchachas de hoy que rellenan las universidades, las que ya no tienen miedo a la calle ni a la sombra, las que elevan su palabra para cuestionar, indagar, las que investigan y se queman las pestañas para superar sus conocimientos, son mis mejores amigas..”. (Debate. Nro. 55.Marzo/mayo. 1989. p,. 61)
¿Y Violeta Correa? Dejó el periodismo para seguir a Fernando Belaunde en su carrera política primero como su asistente y finalmente como su esposa… y Primera Dama de 1980 a 1985. Fue la primera periodista que llegó a Palacio.
Aquellos difíciles años 70…
En la década de los sesentas ellas estaban en revistas, en radio (brillaba la locuaz Diana García) pero muy pocas avanzaban en prensa diaria y menos en televisión. Por ahí aparecían en columnas femeninas (Ana María Byrne hacía el horóscopo en “Extra”), o en Sociales (como Carmela Garcés). 

En “Ultima Hora” tuvieron mayores espacios pero en columnas especializadas como Carmen Pitot (“Charlemos”), Carmen Sarria (“De mujer a mujer”) o la pionera Carmela de Rey (“¿Qué cocinaré?”) que luego pasó a la televisión.
Entre las que destacaban en la prensa chica estaba la empeñosa María Luisa García Montero, “Marilucha”, que publicaba donde podía y probablemente haya sido la primera coleguita que publicó sus semblanzas y entrevistas como libro (“Detrás de la Máscara”. 1963). 

En “La Prensa” dominaba el sector la ya citada Elsa Arana con su semanario “7 Días” y al terminar la década se incorporó a la redacción Jenny Vásquez Solís, nombre que habrá que recordar.
En los años siguientes, los setentas, fueron de gobierno militar y muy difíciles para los periodistas. “Expreso” fue tomado en 1970, los diarios principales fueron confiscados en 1974, y todos sufrimos de una u otra manera los bandazos de la política que se estabilizaría en 1980 con el retorno de los militares a sus cuarteles.
En 1972 el programa “CincoVisión” de Canal 5 presentó como locutora de apoyo a la citada y muy atractiva Jenny Vásquez quien sería sucedida por Many Rey. Jenny pasó a dirigir el programa de entrevistas a personajes “El público quiere saber” que duró unos cuatro años en Canal 5. Luego en el nuevo “24 Horas” el protagonismo lo tendría Amanda Barral. Pronto brillaría Zenaida Solís quien se mantuvo quince años en el canal de la av. Arequipa.
Y hay que recordar el paso por “Quipu” en Canal 4 (que dirigió Rafael Roncagliolo) de la brava reportera Rosa Málaga, integrante también del puñado de colegas femeninas de “Expreso” tales como Zoraida Portillo, Sara Beatriz Guardia, Maki Coronado.
En 1974 debutó en Canal 4 como presentadora de noticias Sonia Oquendo, la primera en llegar a ese rango disputándole el puesto a los caballeros. También leía Meche Solaeche y Linda Guzmán conducía un programa para mujeres.

(En las fotos, arriba Jenny Vásquez Solís, luego Sonia Oquendo, después Meche Solaeche y al final Mannie Rey y Roxana Canedo con Jorge Beleván.)

Una foto histórica: la redacción del diario “El Mundo” rodeando a su directora Blanca Rosales, la primera en conducir una empresa periodística en nuestra historia.“El Mundo,” un excelente diario de formato standard, se publicó en los años 95 y 96.
Estas damas tienen tanto para contar…
Las mujeres llegaron en masa al periodismo desde las Universidades que ofrecían la carrera. Primero la Católica, luego San Marcos, el Instituto Jaime Bausate y Mesa y con énfasis renovado la Universidad de Lima. Así, en los años setentas en diarios, radios y particularmente la televisión las damas comenzaron a compartir afanes noticiosos con los caballeros.
Acabaron los días en que las doñas estaban confinadas a las secciones de cocina o de consejos, para trabajar codo a codo con los varoncitos.
Seguir esta historia no es fácil porque habría que establecer generaciones y no sé con qué criterios. Quizá las Combativas de los años 70, o las Resistentes de los años 70… o las que llegaron con la Nueva Tv de los ochentas y que hoy conforman la veteranía del género. ¿Por la edad? Imposible.
Así que para terminar esta serie les voy a presentar a quienes creo que pasarán a la historia del periodismo nacional por actuación destacadísima en épocas y contextos determinados.
¿Cuál sería el criterio de elección? Fácil: que tienen mucho para contar. Y aquí vamos, en desorden alfabético, de edades y de política, solo periodismo relevante, en muestra mínima:

-Zenaida Solís. “Durante años” dice su biografía “fue el rostro de Panamericana Televisión” pues estuvo años en el Canal 5, luego pasó a la radio donde la escuchamos en Antena Uno, en CPN Radio en programas de comentarios y conversas a la par que publicaba entrevistas en Caretas. Académica, culminó la Maestría de Comunicación en la Universidad Católica. Afable, esforzada, profesional, Zenaida Solís es un buen ejemplo de lo que debe ser un (o una) periodista;

-Josefina Townsend. No siempre quiso ser periodista. Pasó por Historia, Arqueología, se hizo abogada hasta que comenzó a leer noticias en Canal 7. Y se quedó en el oficio, pasando a “Contrapunto” de Canal 9. Luego fue contratada por la famosa cadena CNN en 1993 llegando a ser la única peruana presentadora de primer nivel. Volvió al Perú y asumió el noticiero central de Canal N, del diario El Comercio, de donde renunció hace pocos meses por una cuestión de dignidad elemental. Tiene una inestimable experiencia;

-Cecilia Valenzuela. Asumió la dirección de un programa politico de TV en plena dictadura de Fujimori-Montesinos y lanzó la primicia de las dudas sobre la nacionalidad peruana del Presidente, lo que al final le costaría el cierre de “La Ventana Indiscreta”. Ha hecho mucho periodismo en prensa y TV (“Aquí Ahora”, “Sin Censura”, “Entre Líneas”) y hoy ha emprendido la aventura del canal propio. Ha dejado huella;

-Roxana Cueva. La periodista de investigación por antonomasia, realizó trabajos importantes en “1990 en América” (con Jaime Bayly),“Hildebrandt en Enlace Global”, “La Revista Dominical”, “Contrapunto”. 
Probablemente fueron sus reportajes los que provocaron que el fujimorismo se lanzara sobre Canal 2 y Baruch Ivcher. Esos trabajos debería publicarlos como aporte importante a la historia peruana y del periodismo;
-Mónica Delta. Controvertida, carismática, se hizo conocida en “Buenos Días Perú” al lado de Alejandro Guerrero, aunque en el gremio era ya popular porque presidía a los colegas que cubrían las actividades de Palacio de Gobierno (tiempos de Alan García). Luego estuvo en “24 Horas” y después lideró “Panorama” de Canal 5 (que dejó Guido Lombardi). Al descubrirse que el dueño de Canal 5, Schutz, había vendido la línea del Canal al gobierno de Fujimori y recibido millones de dólares las miradas se dirigieron hacia ella, a interrogarla cómo y de qué manera el noticiero que lideraba estaba al servicio del fujimorismo. Fue una situación difícil que resolvió marchándose a los Estados Unidos donde inició una carrera periodística de buen nivel. Regresó y publicó un libro de memorias. Actualmente ejerce la profesión en Canal 2 con la solvencia que la da la experiencia aunque debe lamentarse la pérdida del espíritu neutral original. Es académica, profesional cabal;
-Patricia Castro Obando. Es nuestra gran periodista “oriental” porque ha fortalecido su carrera en el Oriente y actualmente culmina estudios de doctorado en Pekín. Cronista experta (de la zona juvenil de “nuevo periodismo” de El Comercio) tuvo la oportunidad de cubrir la guerra en Afganistán, donde llegó incluso a vestir con “burka” para introducirse en zonas de guerra. Sus crónicas desde China son memorables. Será una grande de nuestro periodismo;

-Mariana Sánchez Aizcorbe. Gran corresponsal de guerra. Se inició en Canal 5 en el 95 y luego viajó a Nueva York para iniciar una carrera periodística en Univisión donde ganó un importante premio y fama que la llevaría a zonas tan riesgosas como Bosnia, Kosovo, aquella terrible guerra en la vieja Yugoslavia. Hizo reportajes para la BBC, CNN, Deutsche Welle, y estuvo muy cerca de la muerte. Su carrera no ha sido fácil. En Centroamérica perdió a su pareja, periodista como ella, asesinado cuando cubría informaciones.

Aquí me quedo. La lista es enorme. Que me perdonen por no ampliar información sobre Mávila Huertas, Claudia Cisneros, Valia Barak, Mariella Balbi, Rosa María Palacios, María Nadramia, Magaly Medina, Vicky Peláez, Mónica Chang, Patricia Salinas, Zenaida Mateos, Liz Mineo, Blanca Rosales, Rosa Cisneros, Patsy Adolph, Pilar Higashi, Charo Enciso, Susana Grados, Mónica Seoane, Pamela Vértiz, Rosa Málaga, Sol Carreño, Drusila Zileri, Sonia Goldenberg, Ana Luisa Martínez, Esther Vargas, Roxana Canedo… y un largo etcétera.




miércoles, 7 de marzo de 2012


¿Por qué en Perú una mujer no dirige un periódico?


Foto Manuel Vilca de La República, 30 de noviembre de 1984
 Por: Mabel Barreto
Fuente: DEMUS


La pregunta fue lanzada al ex director del diario Perú 21, Augusto Álvarez Rodrich en el conversatorio "La agenda de las mujeres en los medios de comunicación", por un (¿o una?) estudiante de periodismo. Compartía la mesa con Sara Lovera, reconocida periodista y feminista mexicana, Ana María Portugal, de Isis Internacional, y la periodista Teresina Muñoz-Nájar, editora de la revista Caras.

Ante un público conformado por estudiantes (la Universidad Jaime Bausate y Meza fue anfitriona del evento) y feministas, esa noche del pasado 16 de julio, Álvarez respondió que es verdad, aunque en televisión sí hay mujeres directoras. Aunque no sabía exactamente por qué, dijo, creía que una de las razones podría ser que las mujeres tienen que irse temprano a casa por los hijos, que casi invariablemente las periodistas están siempre pendientes de irse a las 6 o 7pm, en tanto los hombres se quedan hasta el cierre. Y otra razón, agregó, es que los directorios de los diarios están compuestos mayormente por hombres que nombran hombres.

Una descripción que llamó la atención porque describía una situación opuesta a las afirmaciones de Sara Lovera, quien había hablado de las dos revoluciones del siglo XX que cambiaron el mundo: la irrupción de las nuevas tecnologías de la información y la incursión de las mujeres, que pasaron del núcleo familiar al ámbito público y político.

Responden las periodistas
El bichito de la curiosidad periodística nos llevó a contrastar lo dicho por Álvarez Rodrich con las protagonistas de sus afirmaciones, las periodistas mujeres.

De las tres entrevistadas, ninguna dijo que optó por irse corriendo a la casa descuidando el tratamiento de una noticia por cuidar a los niños. Eso sí, una sensación de culpabilidad está presente con ellas cuando se quedan “hasta el cierre”, hora que un periódico puede ser la medianoche o incluso un poco más.

Claudia Izaguirre, editora general de Perú 21, confiesa que “en no pocas ocasiones desde que asumí el cierre de Perú.21 he tenido un martilleo en la cabeza y el corazón que me dicen que debo dejar ese horario”. El suyo es horario vespertino desde hace años. Pero, pese a acostarse tardísimo, igual acompañó a su niño al colegio por las mañanas, jugaba y almorzaba con él. Adaptó su horario laboral a la demanda maternal de pasar un tiempo importante con el niño. Y que “jugaba con él” quiere decir que además maximizaba la calidad del tiempo que le dedicaba al pequeño (hoy todo un joven).

“Las mujeres sabemos dividirnos y multiplicarnos”, afirma convencida. Igual piensa María Elena Castillo, redactora principal de La República, quien discrepa abiertamente con Álvarez Rodrich porque en su caso, “y en muchos casos que conozco, sólo he podido irme a las 6 o 7 de la noche si he terminado mi labor del día, pero si la coyuntura lo exige, me quedo como todos los hombres, hasta las tantas”.

Está convencida de que las mujeres periodistas “nos ingeniamos -a diferencia de la mayoría de los hombres- para ser responsables en nuestros trabajos a la par de tener una familia”. Y pone como ejemplo lo que ve en su periódico: las dos mujeres que editan la sección Provincias, ambas madres, se quedan todos los días hasta la medianoche. También está el caso de las redactoras de la sección Política, donde ella labora, que cumplen un turno de tarde algunas veces a la semana, como todos los periodistas, quedándose también hasta la medianoche.

Claudia Izaguirre sí ha visto en Perú 21 ha visto algunos casos de chicas entusiasmadas con sus posibilidades periodísticas que optaron en un momento por pedir que no les den comisiones ‘importantes’, que les demanden quedarse hasta muy tarde, o que incluso renunciaron por el tema de los horarios.

Razones machistas
Pero ella misma cree que no son los niños los que limitan a la mujer periodista, “sino que esa presión de estar temprano y atender a los hijos viene sobre todo de los hombres, es decir, de los maridos celosos o machistas, que los hay, y muchos”.

Lo dijo Sara Lovera al explicar cómo tomó el mundo la revolución de las mujeres: “Estamos cambiando de piel de manera sistemática pero seguimos siendo vistas como algo de menor valor”. En el caso de los maridos, prima el deseo de ejercer el poder sobre la mujer, y más en casa.

Encuestas realizadas por la Universidad de Lima (2007) y la Universidad Católica (2008) evidencian que una mayoría de más de 70% piensa, que, pese a algunos avances y reconocimientos, seguimos siendo una sociedad machista y que en el Perú se discrimina aún a la mujer.

¿Existe discriminación en los medios de comunicación? Roxana Cueva relata cómo ve el tema en la televisión: “La mujer se hace un lugar en los medios a punta de “punche”, esfuerzo vinculado más a la "actitud" que a su "raciocinio" y por eso la mayor presencia de mujeres se da en la tele, medio cuya naturaleza apela a lo emocional más que a la racionalidad”.

Recordando lo sucedido en la televisión peruana, relata: “Todas se esmeraban en ser aguerridas reporteras, esa actitud era la que los jefes valoraban y daba rating, y obviamente, era más atractivo ver esas actitudes en mujeres que en hombres”.

De alguna manera, podría decirse que este grupo de mujeres abrió un trecho en la televisión peruana. Hoy hay hasta cuatro directoras de programas periodísticos (Cuarto Poder y Prensa Libre) y noticieros (América Noticias y ATV Noticias) y conductoras que no son sólo rubias y bonitas. Roxana Cueva, por ejemplo, carismática morena, madre de familia y experimentada periodista, está al frente de un noticiero matutino. En su haber figura la dirección de “Cuarto Poder”, uno de los programas periodísticos semanales más importantes.

Los que deciden
Para que el género femenino llegue a la dirección de los periódicos, según la respuesta ya señalada de Álvarez Rodrich, estaría también la cuestión de la composición de los directorios. “Hay más hombres que mujeres, y escogen hombres”, señaló el ex director de Perú 21.

Aquí sí hay algunos datos le dan la razón. Por ejemplo, en el caso del grupo El Comercio, empresa editora de tres periódicos (El Comercio, Perú 21 y El Trome), el género que prima en su directorio de 135 accionistas miembros de la familia Miró Quesada, es el de los hombres.
Pero las razones que en este momento tienen los accionistas para decidir quién dirigirá sus periódicos estarían más marcadas por otros criterios. 


Tras la salida de Álvarez Rodrich de Perú 21, quedó en evidencia que estos tienen que ver con limitar la autonomía que pueda ejercer alguien desde ese puesto. El sucesor de este periodista en la dirección de Perú 21 es un ex asesor económico del grupo El Comercio. La decisión del directorio de ejercer más control sobre el contenido informativo se expresó también en la instalación, desde octubre del año pasado, de comités editoriales integrados por accionistas en dos de los tres periódicos del grupo, El Comercio y Perú 21.

En La República, más bien, la composición del directorio sí está equilibrada en cuanto al género: de 8 miembros de la familia Mohme que lo integran, 4 son mujeres. No obstante, quienes finalmente deciden sobre el tema informativo son los miembros del comité editorial, también existente en este periódico, y allí sí la diferencia de género es notoria: de 8 miembros, sólo hay una mujer.

El famoso techo…
Las redacciones de los periódicos peruanos tienen sobre sí el “techo de cristal” (los puestos directivos son ejercidos por hombres), aquél que las periodistas aún no terminan de romper. Pero, a no dudarlo, hace rato que ellas están viendo cómo hacerlo. Descubrieron y denunciaron casos como espionaje telefónico, esterilizaciones forzadas, cuentas y corruptelas de Fujimori y Montesinos; marcharon a fotografiar la guerra, ingresan a penales, juzgados, quirófanos…

¿Qué falta entonces para que una mujer dirija un periódico en el Perú? Sería duro que la historia de Katherine Graham, presidenta del directorio del Washington Post en 1972, sin cuyo apoyo los famosísimos “hombres del Presidente”, los periodistas Bob Woodward y Carl Bernstein no hubieran podido publicar todas sus investigaciones, se repitiera en Perú: su padre, dueño del periódico, le dio la presidencia del directorio al hombre con el que se casó. Ocupó el puesto recién a su muerte, y llegó mucho más lejos que él. Es decir, tuvo que esperar su turno…

Para dar un ejemplo más cercano, le preguntamos a Teresina Muñoz-Nájar, periodista que también participó en el conversatorio, si es muy distinto trabajar como periodista con Enrique Zileri, quien fuera director de Caretas hasta hace poco, que con Drusila, su hija, directora de Caras.
“Bueno, trabajar con Enrique es trabajar con un mito, uno aprende, claro”. Es de todos los y las periodistas que pasaron por Caretas conocido el carácter de Enrique Zileri. “Con Drusila tengo una relación más horizontal, más de iguales, pero no por ser mujeres, sino porque nos respetamos como periodistas”. Teresina afirma que ella no ve que las diferencias de género determinen la calidad ni de Caretas ni de Caras.

Como se sabe, Enrique Zileri sucedió a su madre, la mítica Doris Gibson, en la dirección de Caretas. Y a la hora de jubilarse, decidió que su hijo Marco lo sucediera. Tiempo después, su hija Drusila, quien trabajó exitosamente como reportera de televisión en el extranjero, y luego como conductora de noticias en Perú, asumió la dirección de Caras, publicación ajena a la familia.

Foto Ernesto Jimenez- febrero 1987- fotoperiodistas Eva Castro, Mary Dominguez y la China Antonieta discuten sobre cobertura periodística en intervención militar en la facultad de Medicina de San Fernando.