Fuente: Clases de Periodismo
Navegando por Internet, en los blogs de periodistas, encontré la historia de un tipo raro, llamado apenas Cicco. Recostado, sin camisa, tomando notas en una libretita, concentrado, con la nariz puntiaguda en dirección a sus apuntes y la cabeza calva o rapada, que no es lo mismo pero se parece. Así me presentaron a Cicco. Fue en enero. Me pareció muy loco y quería saber qué era el periodismo Border, el cual presuntamente había inventado. Tras varias semanas de espera logré ubicar el libro en El Virrey de San Isidro. Lo devoré en 24 horas. Cicco es un genio. Yo fui un porno star y otras crónicas de lujuria y demencia se llama su libro y aunque no aparece en el syllabus de los cursos de periodismo me parece que ya es hora de comentarlo y de incluirlo casi al vuelo en -por lo menos- media hora de clase. Si luego a los alumnos les provoca descubrir a Cicco en buena hora. Si pasan de él me parece bien. Cicco es uno de los periodistas más descarados de los últimos tiempos. Actualmente es editor de la revista Newsweek, de Argentina, y enseña su extraña fórmula de hacer periodismo en diversas universidades de su país.
Su crónica sobre su debut como actor porno es elegante y cruda, como deben de ser las buenas historias. A lo largo del libro encontramos crónicas de personajes que un peruano común y corriente no conoce de nada, pero es tal la maestría y el talento del autor que, de pronto, te intriga saber todo de Elena Cruz, Malenchini, Torcuato Di Tella o la bella Leticia Brédice.
El periodismo Border, según Cicco
(se trata del epílogo del libro y se llama ¿Qué diablos es el periodismo border?)Un año atrás, harto del periodismo, de los periodistas de culo pesado, y en particular de mi jefe periodista, inicié una serie de crónicas donde me propuse abordar las historias tomando prestadas técnicas que no pertenecían al periodismo. Tal vez no debería decir “prestadas”, sino emplear el término más exacto: las robaba.
Como en las películas de momias donde el protagonista viaja a Egipto a desenterrar un tesoro faraónico, dejé el periodismo atrás y me dediqué a explorar géneros inhóspitos y a vivir cosas fuera de lo común. Asistí a autopsias forenses, a orgías, me empleé como enterrador, como asistente de boxeo, fui catador sexual, cazador, anfitrión de tangos, nudista. En fin, me divertí.
Al igual que el arqueólogo que regresa con una maldición a cuestas –o no regresa–, yo volví al periodismo siendo otro. Una bestia corrompida que descubrió que la “realidad real”, la “verdad verdadera”, por algún motivo, no entraba en los medios. A partir de entonces, decidí incorporar el hallazgo en mis textos y ver qué ocurría. Y ocurrió lo que tenía que ocurrir: me peleé con infinidad de gente, me llamaron gay, antisemita, drogón, inútil, me dejaron fuera de fiestas y eventos, y en mi revista empezaron a mirarme como al unicornio.Un ser que directamente no existe.
En mayor o menor medida, así fue cómo se inició el border, una forma de narrar los hechos con pautas personales, desprejuiciadas, desencantadas.
Toda definición comienza por decir lo que no es. Bien, el border no es nuevo periodismo. Cuando Tom Wolfe, un dandy que se doctoró en la Universidad de Yale, estableció las bases del “nuevo periodismo”, se nutrió exclusivamente de la literatura, de sus reflexiones mentales, de sus descripciones, de su catarata de diálogos. Si bien Wolfe registró el género en un ensayo de 1975, el nuevo periodismo se inició en los ’60, y confesemos que, excepto que usted crea que Cher sigue siendo una adolescente, ya está un poco viejo. Sin embargo, nadie ha hecho el intento de superarlo.
Cuando Hunter S. Thompson fundó el “periodismo gonzo” en una crónica en primera persona sobre las carreras de caballos en Kentucky, donde se tomaba hasta la humedad de las paredes, daba la impresión de que se venía una verdadera revolución. “Para ser gonzo –describió Thompson, la voz más auténtica de la revista Rolling Stone–, se necesita el talento de un maestro periodista, la mirada de un artista o un fotógrafo, y las bolas bien plantadas de un actor.” Aunque vaga, no era mala definición.
En verdad, Thompson nunca tuvo en claro a qué apuntaba con lo de gonzo, estaba más bien ocupado tomando whisky y disparándole a todo lo que se le cruzaba en su cabaña de Colorado. Hasta que en febrero último tomó el revólver del revés y se voló los sesos. Las enciclopedias, sin embargo, se ocuparon de definir el género por él: “El gonzo es, en esencia, una extensión del nuevo periodismo. Como el punto de vista de Thompson estaba distorsionado por el consumo de drogas y alcohol, la mayor parte de sus crónicas deben ser consideradas como ficción”.
Tanto Wolfe como Hunter, y su camada –Guy Talese, Norman Mailer, Truman Capote–, se basaban en una premisa de William Faulkner: “La mejor ficción –decía-, es más verdadera que cualquier clase de periodismo”. Esto les permitía retocar los hechos para presentar aquello que consideraban el gran sentido de la historia. El motor de su búsqueda era, sobre todo, un motor literario.
El periodismo border tiene, en cambio, un motor informativo. Y está básicamente pensado para hacer cagar en sus pantalones a los popes del periodismo de museo, a los redactores de manual, al periodista lavado, meticuloso, que no escribe adverbios porque le parece que son muy largos, que no escribe adjetivos porque teme ofender a alguien.
El periodista border viola todas estas reglas, salta la frontera y regresa cargado de sustancias ilícitas sorteando la aduana de los editores, intoxicando todo lo que le rodea –el género, su vida–, en pos de una narración auténtica, de primera mano, con olor, con color, con un sentido, con una revelación.
Establecí siete pasos para entender de qué demonios hablamos cuando hablamos de periodismo border. Siete pasos que no lo llevarán al estrellato, ni a la dirección de un medio. Más bien, lo llevarán en dirección al baño y a la ruina. Sin embargo, para el periodista border, el baño y el dormitorio son los ambientes donde ocurren las cosas importantes de la vida, los lugares donde el hombre se muestra tal cual es. Y esa búsqueda es la esencia del género.
1) Viva la nota
Por comodidad, el periodista tradicional no vive las cosas, las pregunta o las averigua por internet. De este modo, conoce, pero no sabe. Un error. La premisa del periodista border es: “si puedo vivirlo, ¿para qué quiero que me lo cuenten otros?”. La vivencia otorga autoridad. Siguiendo esta premisa, yo trabajé hasta de actor porno. El porno no sólo da autoridad, además facilita el enganche con las chicas. Sólo ocúpese de que ninguna vea la película. Esto aviva el mito.
2) La técnica serial killer
Hay una tendencia, en especial en la tevé, del periodista canchero que genera reacciones espectaculares para la cámara. No busca descubrir una historia, se concentra en provocar una situación. Un periodista border es precisamente lo contrario: necesita el enmascaramiento de la normalidad para hacer su trabajo. Jeffrey Dahmer era un excelente vecino de Milwaukee hasta que descubrieron que coleccionaba cráneos de una docena de víctimas, y, si le parecían apetecibles, las servía en la cena. En Rostov, Rusia, la mujer del maestro Andrei Chikatilo lo consideraba un padre ejemplar. Pensó que se trataba de un error cuando lo detuvieron por el crimen de 52 personas, la mayoría niños. Cuando estaba de humor, Andrei también se los comía. Vidas ordinarias en mentes retorcidas. Este es el rango de acción del border. Pero, por amor de Dios, deje a los niños en paz.
3) Cruce al humor
Empleo de la situación hipotética con fines cómicos, del chiste que desmitifica el tema tabú, del elemento grotesco que desmantela a la celebridad. El humor es una fuente rica para el periodismo. Al fin de cuentas, todos vamos a morir, qué mejor chiste que ése. Henry Louis Mencken, P.J. O’Rourke y Dave Barry son ejemplos magistrales del cruce entre ambos géneros. Todas sus obras son recomendables, aunque hay poco traducido. Si no tiene dinero suficiente, lea el apartado de “la simulación idiota” y conseguirá, como mínimo, un descuento en librerías por incapacidad mental.
4) Animalización y crimen del personaje
Los seres humanos somos miembros privilegiados de la cadena evolutiva de monos. Perseguimos sus mismos objetivos: queremos más y mejores bananas, queremos monas, y vivimos colgados de una palmera. Hay que tener presentes las tres premisas que mueven a todo hombre en la toma de decisiones: elige lo más barato, elige lo más cómodo, y elige donde haya más chicas.
El periodista border no debe perder de vista la noción de que todos somos animales disfrazados. Conocer la especie que cada entrevistado lleva dentro, facilita las cosas para describirlo. Es necesario tener presente que está hecho de sangre, de huesos, de fibras musculares, de agua, de apetito sexual, de vicios, de ganas de ir al baño. Si olvidó esto, vea La noche de los muertos vivos, de George Romero, o El loco de la motosierra, de Tobbe Hopper. Recuperará la memoria de inmediato.
Por otra parte, recuerde que las celebridades representan siempre todo lo falso y descartable que hay en este mundo. Así que tómese su tiempo, utilice sus mejores habilidades y simplemente fusílelas. No las necesitamos.
5) Sentido de la no pertenencia
Como el border mira y disecciona las cosas como un marciano, no se alista en ningún partido político, no sigue modas, no tiene amigos en el ambiente ni pertenece a ningún movimiento social, artístico o cultural. No lee los diarios excepto para zambullirse en su historia, lo cual le permite un abordaje descontaminado, auténtico, un golpe de lanza que va desde la ignorancia al conocimiento, un viaje de iniciación que todo lector agradece. El border se especializa en la no especialización y sigue una de las premisas de G. I. Gurdjieff, el místico ruso: “No hay nada más imbécil, que un hombre inteligente”.
6) La simulación idiota
Hay un aspecto indefenso en el periodista gráfico que le permite acceder a lugares y a confesiones más íntimas que a un periodista televisivo o a un fotógrafo.
El border se inspira en la estrategia de Columbo, el detective protagonizado por Peter Falk que se hacía pasar por idiota para desenmascarar asesinos –que no se le vaya la mano con la idiotez, sino puede terminar en la política–. Un periodista con espíritu de ingenuo alienta a que el otro se muestre auténtico y con la guardia baja. Por otro lado, alienta también a que lo estafen, así que le recomiendo: lleve poca plata.
7) La mirada en doble sentido y la puesta en escena
Los periodistas tradicionales acostumbran a contar los hechos en una dimensión única. La observación estéril del personaje pitando su cigarrillo, o llevándose el café a la boca –lo interesante será el día que lo beba con la nariz–, es nuevo periodismo mal entendido: un virus como la gripe que convierte las crónicas de medio planeta, literalmente en moco.
El periodista border observa lo que le ocurre al entrevistado siempre y cuando la observación sirva para entenderlo. A la par, observa lo que le ocurre a él mismo, al fotógrafo, lo que sucede a sus espaldas, a su alrededor. Y cuando el personaje habla, lo hace en un marco que le es propio. Por eso, el border busca siempre descubrirlo en su propia casa, el rincón donde todos los objetos hablan de él.
El periodismo border se da en tres planos: el audio de lo que conversa, la visión del entorno donde lo dice, y la percepción de sus intenciones (en Un bárbaro en Asia, Henri Michaux demostró cómo una impresión vale más que mil cifras). Es fundamental, más allá de grabar la conversación, llevar anotador. Esto no sólo le permite apuntar sus observaciones, además, le permite mirarle las piernas a la entrevistada.
Bien, hasta aquí, la síntesis de siete pasos del dogma border. Antes de terminar con esto, salgo a la pizzería, porque los borders, si bien nos cagamos en todo, también paramos de vez en cuando a comer. Ceno, pago, me porto bien. Pido la cuenta, aplasto una mosca, la envuelvo en una servilleta y, de nuevo en casa, se la sirvo a mi planta carnívora.
Ya saben, mi vida normal.
Una fisgoneada más amplia a su libro aquí en Google Books
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