jueves, 20 de enero de 2011


Premio a una estirpe en extinción


Durante diez años, Tyler Bridges fue corresponsal de The Miami Herald en América Latina. En el 2009, el diario cerró su oficina en Caracas y lo enroló en esa legión de periodistas norteamericanos que han perdido el empleo. Dos semanas atrás, Bridges recibió el premio Maria Moors Cabot, de la Universidad de Columbia. Reportero freelance, casado con Cecilia Tait y padre de una niña, dice sentirse casi peruano, un amante del cebiche y el muelle de Chorrillos. Aquí el testimonio de su pasión y su vida. 

Por María Isabel Gonzales
Fotos Sandro Mairata

Fuente: La República

-Recibiste el premio por tu trabajo como corresponsal en América Latina de The Miami Herald, pero hoy la mayoría de grandes periódicos cierra sus corresponsalías en el extranjero.

 –Sí, es un tema de presupuesto. Yo trabajé en Caracas para The Miami Herald hasta hace un año. De pronto me dijeron ‘hasta acá nomás’. Regresé al Perú y estoy aquí como freelance. Casi todos los diarios de Estados Unidos han cerrado sus corresponsalías porque los ingresos por publicidad han bajado. La gente quiere leer gratis por Internet y los anunciantes retiran sus pautas publicitarias. Los diarios tienen que sobrevivir y cortan lo que es más caro: las corresponsalías. Antes de cerrar un diario prefieren sacar gente. Al menos el 25% de los periodistas han perdido sus puestos de trabajo en Estados Unidos. Están apuntando a lo digital, pero con una fuerza laboral reducida. Hace 15 años, The Miami Herald tenía cuatro corresponsales en América latina. Hoy tiene cero.

¿Ves la misma dinámica en la prensa escrita de América Latina?

–Veo dos fenómenos: por un lado hay gente que lee periódicos por Internet, pero no es la gran mayoría. Aún está la idea de comprar el periódico físico. Ahora la gente tiene más capacidad adquisitiva y compra los diarios. En Brasil aumentó el tiraje porque hay más lectores y no todos tienen acceso a Internet y aquí pasa lo mismo.

¿Qué significado le das al premio Maria Moors Cabot?
–Este es el primer premio que siento realmente mío. Antes he tenido reconocimientos en Luisiana, EEUU, donde trabajé por siete años. Y también como parte del equipo de The Miami Herald en Estados Unidos cuando ganamos dos Pulitzer, pero esta vez era algo que yo me aventuré a hacer. Supongo que ya no hay mucha gente que pueda hacer esto, pero a mí me gusta viajar, conocer gente y no hay mejor forma de hacerlo que ser periodista. Como tal he podido conocer un país porque tenía la licencia de hacer preguntas, ir a un lugar donde nunca habría ido. Y este reconocimiento me llena de satisfacción porque es el más importante que se le puede dar a un periodista que cubre América Latina. Junto a mí estaban otros ganadores como el periodista nicaragüense Carlos Fernando Chamorro, quien esa noche de premiación recordó a su padre Pedro Chamorro, que también recibió el premio en 1977 y dos meses después lo mataron. ¿Te puedes imaginar esa sensación? Y esa semana fue una de las mejores de mi vida, cumplí 50 años y tuve a mi madre, dos hermanas, mi esposa Cecilia y mi hija Luciana conmigo. En definitiva este premio tiene muchas connotaciones para mí porque premia parte de mi vida y estoy muy agradecido.

–¿Y ahora en qué estás trabajando?

–Hace dos años empecé a escribir un libro sobre mi padre, que fue piloto en la Segunda Guerra Mundial. Este año debería haber viajado a Harvard donde gané una beca por un año, pero debido a la enfermedad de Cecilia preferimos esperar a que ella termine su tratamiento. El próximo año, en agosto, tomaré la beca y estudiaré periodismo online. Hay que adaptarse a los nuevos tiempos y aceptar que todo está cambiando.

Comienzos

“Empecé como periodista en 1982 cuando me gradué de la Universidad de Stanford. Tengo 28 años en esta carrera. He trabajado en Washington, he cubierto elecciones en Luisiana y Florida y tengo diez años como corresponsal en América del Sur”.

–¿Por qué quisiste dedicarte al periodismo?

–Mi personalidad es la de un periodista, me gusta viajar, conocer gente nueva y soy muy curioso. Esa es la personalidad que debería tener un periodista. Esta es la única vida que tengo y no quisiera ninguna otra. No diría que lo que hago es supernoble, pero creo que hago una contribución a la sociedad con mis artículos. Si mañana ganara la lotería de 10 millones de dólares, haría exactamente lo mismo. Porque esto es lo que me encanta, es mi pasión, que la gente tenga mejor información.

–¿Cuál fue tu primera gran investigación?

–Fue sobre David Duke, un político que en 1989 se hizo famoso porque fue precandidato a presidente por el Partido Republicano y tenía un pasado oscuro como uno de los jefes del Ku Klux Klan. Lo investigué durante dos años para el The Times Picayune of New Orleans. Y tras todos esos artículos terminé haciendo mi primer libro.

En Sudamérica

“Entre 1984 y 1986 trabajé en Caracas para el diario The Daily Journal y de ahí empecé a viajar por Sudamérica. Fueron dos años como freelance quedándome tres meses en cada país”. 

–¿Qué llamó tu atención al llegar a Caracas?

–Me sentí en otro mundo. Mira, te voy a poner un ejemplo, tanto en Caracas como en Washington hay un metro subterráneo. Para subir a la superficie debes tomar una escalera eléctrica. Y ahí ves dos tipos de personas, las que esperan que las suba la escalera o las que suben por su cuenta a pesar de que la escalera sigue en movimiento. En Washington había esos dos tipos de personas, pero en Caracas todos esperaban a que la escalera los llevara. Yo no soy así, yo soy de los que sube a trancos. La comida era diferente, el idioma me era difícil. No podía hablar por teléfono ni hacer mis entrevistas. Y la verdad es que me frustré mucho, tenía apenas 23 años y ahí estaba yo nadando en medio de todo eso. De pronto llegó una amiga a buscarme y ella me dijo ‘o puedes cambiar todo el país o tú puedes cambiar’. Y así fue, aprendí a ser más tolerante y paciente.

–¿Dónde empezó tu gira por Sudamérica?
–En Colombia, setiembre de 1986. Después Ecuador, Bolivia, Perú, Chile, Argentina, Brasil, Paraguay, Uruguay y regresé a Venezuela. Recuerdo que al llegar a Colombia me impresioné porque era un país muy violento. Entrevisté al jefe de la corte suprema y tenía que pasar por rayos X dos veces antes de verlo. Me contó que dos de los 24 miembros de la corte fueron asesinados un año antes. Yo nunca había visto eso. En Perú hice un reportaje para un diario llamado Lima Times. Fui a Puno para hacer ese trabajo y conocí a Nicolás Lúcar, quien trabajaba para la revista Sí. Y en medio de la noche, la camioneta en la que viajábamos se detuvo porque estábamos en un área de Sendero Luminoso y no se podía seguir avanzando, había que esperar a la mañana.

–¿Qué recuerdas de cada país?

–En Bolivia, en 1987, fui al pueblito donde mataron al Che Guevara. Conocí a la mujer que cocinó su última comida, y en otra ciudad, en Santa Cruz, conocí al ex soldado que lo mató. En Chile, durante la dictadura de Pinochet, la policía rompió la puerta de donde yo vivía para buscar quién sabe qué. Ya muchos años más tarde fui a la selva de Ecuador, cuando se sacaron las minas antipersonales en la frontera con Perú –de la guerra del 96– hablé con una familia de la que uno de sus hijos tomó una mina que pensó que era un juguete y murió. Aquí en Sudamérica tú ves unas cosas que probablemente nunca verías en Estados Unidos. He conocido gente que no tiene nada en su bolsillo y que me prepara comida. He querido pagarles y me han dicho: ‘no señor, no es nada’. Y pienso que tengo más dinero en mi billetera de lo que ellos verán en dos meses. Es una nobleza impactante.
Perfil
• Nombre: Tyler Bridges.
• Lugar y fecha de nacimiento: Palo Alto, California, 26 de octubre de 1960.
• Estudios: Graduado en Ciencias Políticas en la Universidad de Stanford.
• Trayectoria: 1982-84, editor de People & Taxes, Washington. 1984-86, reportero, The Daily Journal, Caracas, Venezuela. 1986-89, freelancer en Sudamérica para el Washington Post, The Wall Street Journal, Christian Science Monitor y otros. 1989-96, reportero, The Times-Picayune of New Orleans. 1997-2003, jefe de corresponsalía, The Miami Herald. 2003-2009, corresponsal Sudamérica para The Miami Herald. 
Una mujer
–¿Cómo conociste a la que sería tu esposa, Cecilia Tait?
–En el 2000 vine al Perú para escribir un reportaje sobre los graduados de Stanford. Llegué a Lima a buscar a Alejandro Toledo y lo seguí por una serie de eventos, y de pronto vi a una mujer impactante, Cecilia Tait. Le pedí a Toledo su teléfono para una entrevista. Empezamos nuestra relación y en el 2002 nació nuestra hija. En todo ese tiempo yo viajaba entre Miami y Lima, porque trabajaba para el Miami Herald. Hasta el 2003, que hablé con mis jefes y pedí venir a Lima a vivir trabajando para ellos. Dijeron que harían una excepción, pero que me pagarían la mitad de lo que ganaba allá. En el 2007 me pasaron a tiempo completo, pero me pedían que vaya a Venezuela. Desde allá cubría toda Latinoamérica. Pero ahora que cancelaron la corresponsalía regresamos aquí con Cecilia y nuestra hija. No gano mucho dinero, pero soy más libre y hasta puedo ir al gimnasio todos los días. 

miércoles, 19 de enero de 2011


Cicco, un porno star

Fuente: Clases de Periodismo

Navegando por Internet, en los blogs de periodistas, encontré la historia de un tipo raro, llamado apenas Cicco. Recostado, sin camisa, tomando notas en una libretita, concentrado, con la nariz puntiaguda en dirección a sus apuntes y la cabeza calva o rapada, que no es lo mismo pero se parece. Así me presentaron a Cicco. Fue en enero. Me pareció muy loco y quería saber qué era el periodismo Border, el cual presuntamente había inventado. Tras varias semanas de espera logré ubicar el libro en El Virrey de San Isidro. Lo devoré en 24 horas. Cicco es un genio. Yo fui un porno star y otras crónicas de lujuria y demencia se llama su libro y aunque no aparece en el syllabus de los cursos de periodismo me parece que ya es hora de comentarlo y de incluirlo casi al vuelo en -por lo menos- media hora de clase. Si luego a los alumnos les provoca descubrir a Cicco en buena hora. Si pasan de él me parece bien. Cicco es uno de los periodistas más descarados de los últimos tiempos. Actualmente es editor de la revista Newsweek, de Argentina, y enseña su extraña fórmula de hacer periodismo en diversas universidades de su país.

Su crónica sobre su debut como actor porno es elegante y cruda, como deben de ser las buenas historias. A lo largo del libro encontramos crónicas de personajes que un peruano común y corriente no conoce de nada, pero es tal la maestría y el talento del autor que, de pronto, te intriga saber todo de Elena Cruz, Malenchini, Torcuato Di Tella o la bella Leticia Brédice.

El periodismo Border, según Cicco
(se trata del epílogo del libro y se llama ¿Qué diablos es el periodismo border?)


Un año atrás, harto del periodismo, de los periodistas de culo pesado, y en particular de mi jefe periodista, inicié una serie de crónicas donde me propuse abordar las historias tomando prestadas técnicas que no pertenecían al periodismo. Tal vez no debería decir “prestadas”, sino emplear el término más exacto: las robaba.

Como en las películas de momias donde el protagonista viaja a Egipto a desenterrar un tesoro faraónico, dejé el periodismo atrás y me dediqué a explorar géneros inhóspitos y a vivir cosas fuera de lo común. Asistí a autopsias forenses, a orgías, me empleé como enterrador, como asistente de boxeo, fui catador sexual, cazador, anfitrión de tangos, nudista. En fin, me divertí.


Al igual que el arqueólogo que regresa con una maldición a cuestas –o no regresa–, yo volví al periodismo siendo otro. Una bestia corrompida que descubrió que la “realidad real”, la “verdad verdadera”, por algún motivo, no entraba en los medios. A partir de entonces, decidí incorporar el hallazgo en mis textos y ver qué ocurría. Y ocurrió lo que tenía que ocurrir: me peleé con infinidad de gente, me llamaron gay, antisemita, drogón, inútil, me dejaron fuera de fiestas y eventos, y en mi revista empezaron a mirarme como al unicornio.Un ser que directamente no existe.

En mayor o menor medida, así fue cómo se inició el border, una forma de narrar los hechos con pautas personales, desprejuiciadas, desencantadas.



Toda definición comienza por decir lo que no es. Bien, el border no es nuevo periodismo. Cuando Tom Wolfe, un dandy que se doctoró en la Universidad de Yale, estableció las bases del “nuevo periodismo”, se nutrió exclusivamente de la literatura, de sus reflexiones mentales, de sus descripciones, de su catarata de diálogos. Si bien Wolfe registró el género en un ensayo de 1975, el nuevo periodismo se inició en los ’60, y confesemos que, excepto que usted crea que Cher sigue siendo una adolescente, ya está un poco viejo. Sin embargo, nadie ha hecho el intento de superarlo.

Cuando Hunter S. Thompson fundó el “periodismo gonzo” en una crónica en primera persona sobre las carreras de caballos en Kentucky, donde se tomaba hasta la humedad de las paredes, daba la impresión de que se venía una verdadera revolución. “Para ser gonzo –describió Thompson, la voz más auténtica de la revista Rolling Stone–, se necesita el talento de un maestro periodista, la mirada de un artista o un fotógrafo, y las bolas bien plantadas de un actor.” Aunque vaga, no era mala definición.


En verdad, Thompson nunca tuvo en claro a qué apuntaba con lo de gonzo, estaba más bien ocupado tomando whisky y disparándole a todo lo que se le cruzaba en su cabaña de Colorado. Hasta que en febrero último tomó el revólver del revés y se voló los sesos. Las enciclopedias, sin embargo, se ocuparon de definir el género por él: “El gonzo es, en esencia, una extensión del nuevo periodismo. Como el punto de vista de Thompson estaba distorsionado por el consumo de drogas y alcohol, la mayor parte de sus crónicas deben ser consideradas como ficción”.


Tanto Wolfe como Hunter, y su camada –Guy Talese, Norman Mailer, Truman Capote–, se basaban en una premisa de William Faulkner: “La mejor ficción –decía-, es más verdadera que cualquier clase de periodismo”. Esto les permitía retocar los hechos para presentar aquello que consideraban el gran sentido de la historia. El motor de su búsqueda era, sobre todo, un motor literario.


El periodismo border tiene, en cambio, un motor informativo. Y está básicamente pensado para hacer cagar en sus pantalones a los popes del periodismo de museo, a los redactores de manual, al periodista lavado, meticuloso, que no escribe adverbios porque le parece que son muy largos, que no escribe adjetivos porque teme ofender a alguien.


El periodista border viola todas estas reglas, salta la frontera y regresa cargado de sustancias ilícitas sorteando la aduana de los editores, intoxicando todo lo que le rodea –el género, su vida–, en pos de una narración auténtica, de primera mano, con olor, con color, con un sentido, con una revelación.


Establecí siete pasos para entender de qué demonios hablamos cuando hablamos de periodismo border. Siete pasos que no lo llevarán al estrellato, ni a la dirección de un medio. Más bien, lo llevarán en dirección al baño y a la ruina. Sin embargo, para el periodista border, el baño y el dormitorio son los ambientes donde ocurren las cosas importantes de la vida, los lugares donde el hombre se muestra tal cual es. Y esa búsqueda es la esencia del género.



1) Viva la nota

Por comodidad, el periodista tradicional no vive las cosas, las pregunta o las averigua por internet. De este modo, conoce, pero no sabe. Un error. La premisa del periodista border es: “si puedo vivirlo, ¿para qué quiero que me lo cuenten otros?”. La vivencia otorga autoridad. Siguiendo esta premisa, yo trabajé hasta de actor porno. El porno no sólo da autoridad, además facilita el enganche con las chicas. Sólo ocúpese de que ninguna vea la película. Esto aviva el mito.



2) La técnica serial killer

Hay una tendencia, en especial en la tevé, del periodista canchero que genera reacciones espectaculares para la cámara. No busca descubrir una historia, se concentra en provocar una situación. Un periodista border es precisamente lo contrario: necesita el enmascaramiento de la normalidad para hacer su trabajo. Jeffrey Dahmer era un excelente vecino de Milwaukee hasta que descubrieron que coleccionaba cráneos de una docena de víctimas, y, si le parecían apetecibles, las servía en la cena. En Rostov, Rusia, la mujer del maestro Andrei Chikatilo lo consideraba un padre ejemplar. Pensó que se trataba de un error cuando lo detuvieron por el crimen de 52 personas, la mayoría niños. Cuando estaba de humor, Andrei también se los comía. Vidas ordinarias en mentes retorcidas. Este es el rango de acción del border. Pero, por amor de Dios, deje a los niños en paz.



3) Cruce al humor

Empleo de la situación hipotética con fines cómicos, del chiste que desmitifica el tema tabú, del elemento grotesco que desmantela a la celebridad. El humor es una fuente rica para el periodismo. Al fin de cuentas, todos vamos a morir, qué mejor chiste que ése. Henry Louis Mencken, P.J. O’Rourke y Dave Barry son ejemplos magistrales del cruce entre ambos géneros. Todas sus obras son recomendables, aunque hay poco traducido. Si no tiene dinero suficiente, lea el apartado de “la simulación idiota” y conseguirá, como mínimo, un descuento en librerías por incapacidad mental.



4) Animalización y crimen del personaje

Los seres humanos somos miembros privilegiados de la cadena evolutiva de monos. Perseguimos sus mismos objetivos: queremos más y mejores bananas, queremos monas, y vivimos colgados de una palmera. Hay que tener presentes las tres premisas que mueven a todo hombre en la toma de decisiones: elige lo más barato, elige lo más cómodo, y elige donde haya más chicas.


El periodista border no debe perder de vista la noción de que todos somos animales disfrazados. Conocer la especie que cada entrevistado lleva dentro, facilita las cosas para describirlo. Es necesario tener presente que está hecho de sangre, de huesos, de fibras musculares, de agua, de apetito sexual, de vicios, de ganas de ir al baño. Si olvidó esto, vea La noche de los muertos vivos, de George Romero, o El loco de la motosierra, de Tobbe Hopper. Recuperará la memoria de inmediato.


Por otra parte, recuerde que las celebridades representan siempre todo lo falso y descartable que hay en este mundo. Así que tómese su tiempo, utilice sus mejores habilidades y simplemente fusílelas. No las necesitamos.



5) Sentido de la no pertenencia

Como el border mira y disecciona las cosas como un marciano, no se alista en ningún partido político, no sigue modas, no tiene amigos en el ambiente ni pertenece a ningún movimiento social, artístico o cultural. No lee los diarios excepto para zambullirse en su historia, lo cual le permite un abordaje descontaminado, auténtico, un golpe de lanza que va desde la ignorancia al conocimiento, un viaje de iniciación que todo lector agradece. El border se especializa en la no especialización y sigue una de las premisas de G. I. Gurdjieff, el místico ruso: “No hay nada más imbécil, que un hombre inteligente”.



6) La simulación idiota

Hay un aspecto indefenso en el periodista gráfico que le permite acceder a lugares y a confesiones más íntimas que a un periodista televisivo o a un fotógrafo.


El border se inspira en la estrategia de Columbo, el detective protagonizado por Peter Falk que se hacía pasar por idiota para desenmascarar asesinos –que no se le vaya la mano con la idiotez, sino puede terminar en la política–. Un periodista con espíritu de ingenuo alienta a que el otro se muestre auténtico y con la guardia baja. Por otro lado, alienta también a que lo estafen, así que le recomiendo: lleve poca plata.



7) La mirada en doble sentido y la puesta en escena

Los periodistas tradicionales acostumbran a contar los hechos en una dimensión única. La observación estéril del personaje pitando su cigarrillo, o llevándose el café a la boca –lo interesante será el día que lo beba con la nariz–, es nuevo periodismo mal entendido: un virus como la gripe que convierte las crónicas de medio planeta, literalmente en moco.


El periodista border observa lo que le ocurre al entrevistado siempre y cuando la observación sirva para entenderlo. A la par, observa lo que le ocurre a él mismo, al fotógrafo, lo que sucede a sus espaldas, a su alrededor. Y cuando el personaje habla, lo hace en un marco que le es propio. Por eso, el border busca siempre descubrirlo en su propia casa, el rincón donde todos los objetos hablan de él.


El periodismo border se da en tres planos: el audio de lo que conversa, la visión del entorno donde lo dice, y la percepción de sus intenciones (en Un bárbaro en Asia, Henri Michaux demostró cómo una impresión vale más que mil cifras). Es fundamental, más allá de grabar la conversación, llevar anotador. Esto no sólo le permite apuntar sus observaciones, además, le permite mirarle las piernas a la entrevistada.


Bien, hasta aquí, la síntesis de siete pasos del dogma border. Antes de terminar con esto, salgo a la pizzería, porque los borders, si bien nos cagamos en todo, también paramos de vez en cuando a comer. Ceno, pago, me porto bien. Pido la cuenta, aplasto una mosca, la envuelvo en una servilleta y, de nuevo en casa, se la sirvo a mi planta carnívora.


Ya saben, mi vida normal.


Una fisgoneada más amplia a su libro aquí en Google Books

+MÁS


Por qué Jon Lee Anderson

Fuente: Clases de Periodismo

 

 
(Click aquí para acceder al taller de perfiles que brindó Jon Lee Anderson en la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano en el 2005).



Sobrevivió a los infiernos de Afganistán e Irak y está vivo para contarlo. Cuando encuentres un libro suyo no dudes en comprarlo. Un periodista le preguntó cuál era el secreto. La modestia le impide dar técnicas. Quienes lo leen de siempre pueden decir que sus personajes tienen luz y sombras. Es fácil sentir que el reportero ha sido un psicólogo riguroso y cálido.

“Cuando hablamos de sinfonía equivale a muchos instrumentos en los que cada uno tiene su papel, su efecto y su propósito. Componer significa tener una idea global, un instinto de lo que ha de ser la pieza musical. Igual que escribir un perfil: hay muchos hilos conductores y cada uno debe tener consistencia y constancia para que, en conjunto, configuren la pieza. Creo que la analogía es adecuada porque el lenguaje escrito tiene una melodía interior. La siento al escribir. Intuitivamente sé si hay cosas fuera de balance o no. Viene del inconsciente –no tan inconsciente-, de la creatividad, está más allá del periodismo”. Eso dice el fogueado reportero, autor de un célebre perfil de Charles Taylor, fanático religioso y político liberiano que gobernó a su país entre 1997 y 2003 y al que el periodista considera “el dictador más malvado del mundo” o “un asesino en serio disfrazado de presidente”.

No vale que te cuenten quién es este periodista. Vale que lo descubras. Admito que lo conocí mucho tiempo después que otros ya lo tenían en un altar. Uno de sus textos, en Gatopardo me parece, me hizo saber que para aprender más del oficio debía leerlo más. Y no paré hasta conseguir sus libros, los cuales no son baratos ni se piratean.

martes, 18 de enero de 2011


Fallece el fotógrafo de los norteamericanos pobres


18 DE ENERO 2011

Panorama de despedida: Milton Rogovin, 101 años

Fuente: The New York Times

Milton Rogovin , era un documentalista con empatía social que - como Jacob Riis - ponía un  rostro a los pobres. Murió el martes, un mes después de celebrar su cumpleaños número 101.
 Benjamin Genocchio ha escrito el obituario de The New York Times. El propio Sr. Rogovin narró una presentación de audio de sus cuadros, " Los ojos compasivos", que apareció en abril de 2009 en Lens, acompañando la exposición" Voces silenciadas, caras en conserva ", con texto de Randy Kennedy y las imágenes de Fred R. Conrad, en el Arte y la sección de ocio.
En un momento en que la clase media de EE.UU estaba huyendo de su descomposición hacia  ciudades del interior y dando la espalda a su realidad con temor, el Sr. Rogovin  se dedicó a retratar los sufrimientos y pobresa de norteamerica en la época de la depresión . El crítico Hilton Kramer escribió en The Times (" Fotografías Rogovin de Buffalo Si se muestra", 21 de febrero 1976), cuando su obra fue dada en amplia muestra por primera vez en Nueva York, en el Centro Internacional de Fotografía.
Él veía algo en la vida de un barrio al este de Bufalo NY - placeres ordinarios y los pasatiempos, la relajación, el calor de los sentimientos y los fundamentos de la conexión social. Tomaba sus fotos desde el interior, por así decirlo, concentrándose en la vida familiar, los negocios de barrio, celebraciones, el romance, la recreación y los datos de la existencia de los individuos.
 El Sr. Kramer ha hecho una objeción a la labor del Sr. Rogovin:  que sus fotografía no mostraba los temores de desintegración en la vida de la ciudad. "Este es el límite de su realismo - el límite de un liberalismo dulce, pasado de moda -que nos ha dado algo muy fino" escribió el Sr. Kramer.
La última vez que el nombre de Rogovin  había aparecido en las páginas de The Times fue 19 años antes ("Investigación sobre los Rojos de composición en Buffalo", 05 de octubre 1957), cuando fue descrito como el "jefe de los comunistas" en la zona de Buffalo . Ese fue el comienzo de su viaje para convertirse en uno de los venerados y respetados fotógrafos de su generación.



viernes, 14 de enero de 2011


Homenaje a René Pinedo



16 de abril de 2003

Lente de Faena
Murió René Pinedo, uno de los más audaces reporteros gráficos de los últimos tiempos.


LA inesperada muerte de René Pinedo González -huaracino, 55 años, seis hijos y últimamente viajero itinerante- sacudió al gremio periodístico. Es que René era uno de los reporteros gráficos peruanos más hábiles y queridos de la generación del 60.

En Lurín, en el km. 33 de la Panamericana, fue atropellado el último sábado por un carro que al impactarlo hizo volar su maletín donde llevaba sus documentos y equipo fotográfico que lo acompañó toda la vida. El cadáver fue encontrado en el km 27, donde lo abandonó el insensible dueño del carro. La Policía lo reportó a la morgue como NN, pero al día siguiente los hijos en el lugar del accidente encontraron el maletín y así   pudieron identificar que se trataba de su padre. Su muerte no pudo ser más indignante.

René se hizo reportero gráfico por azar del destino. En 1961 se produce un aluvión en Ranrahirca, y estando en Huaraz, rápidamente se desplaza a la devastada zona. Cuando llega reclutaban gente para enterrar cadáveres. Sin darse cuenta se encontraba en la fila, cuando ve a un fotógrafo en plena faena. Sale de la fila y empieza a observarlo. El fotógrafo al percatarse que lo mira, se le acerca y, acaso sorprendiéndolo, le entrega su maletín. Cuando quisieron reincorporarlo a la fila, intercedió: "El es de Expreso -dijo, refiriéndose a Pinedo- trabaja conmigo". El fotógrafo era Víctor Medina, reportero de larga data. Medina le propone, entonces, que le sirva de guía por la zona del aluvión. Y sorprendiéndolo nuevamente, lo invita a viajar a Lima. Es así como se inicia en el oficio. Tenía 13 años.

Conocí a Pinedo a los pocos meses de llegar a Lima. Todavía imberbe y un poco motoso, recuerdo que entonces los colegas lo llamaban "Ranrahirca". A los dos meses vivía otra amarga experiencia. Lo eligen como guía de un equipo de enviados especiales para cubrir un aluvión en Conchucos. Pero en el trayecto, la camioneta en que viajaban patina y cae en un pantano. Se salva por un hilo. En ese accidente perdería la vida el redactor Jorge Cubas.


Pinedo trabajó en Expreso hasta marzo de 1970, fecha en que fue contratado por CARETAS. Ese año le toca vivir acaso la misión periodística más importante de su vida. El 31 de mayo, tan pronto supo de la magnitud del terremoto en Huaraz -su pueblo natal- partió con su cámara en ristre hacia la devastada ciudad. Después de dos días y dos noches llega a un Huaraz completamente destruido. Con lágrimas en los ojos desarrolló entonces una doble tarea: tomar fotos y ayudar en lo que podía.

Las peripecias de un reportero gráfico son múltiples, y Pinedo se las sabía todas. En agosto de 1965 cubre el accidente de Lansa, adonde llega después de cruzar, dramáticamente, la Cordillera "Tres Cruces". Otra de sus misiones importantes fue el fusilamiento de "Pichuzo". Las fotografías las toma desde una bolichera. 

También realiza la cobertura gráfica del caso Banchero. Y así, el periodista alterna su acción en los campos más diversos de la noticia: la política, las huelgas, marchas, incendios, que en su deber de informar al público lo impulsa, muchas veces, a jugarse la vida en el afán de cubrir la noticia en el momento que se produce.

Reportero vivaz, inquieto, ingenioso, en 1978, cubre una comisión en el Círculo Militar, donde se creía que había estallado una bomba a unos metros del presidente Morales Bermúdez. Cuando llega al lugar se entera que lo que había estallado era la llanta de un carro. Se le ocurre, entonces, valiéndose de un oficial amigo, llevar una modelo a esa institución insondable para los civiles. Logran ingresar y, luego de un rato, la chica se presenta en bikini en la piscina, distrayendo la vista de todo el mundo. Fue entonces cuando Pinedo buscó a Morales Bermúdez que estaba jugando frontón, en short. ¡Zas! disparó. Al día siguiente, publicada la foto, era relevado el general Llanos y todo el personal de seguridad de Palacio. Por una sencilla razón -me diría Pinedo- bien pude haber cambiado el teleobjetivo por un rifle".

En su vida de reportero, René Pinedo ganó varios premios. Acaso el más importante fue el Premio Internacional de Efe. Fue con la foto de una dramática cornada al diestro español José Torres. También obtuvo el premio Moraveco en 1973 y el de la Federación de Periodistas del Perú en 1982. René decía que "el fotógrafo tiene que ser medio sicólogo para descubrir el otro ángulo de los políticos y que un buen reportero debe saber tomar fotos desde un desfile de modas hasta una matanza"(D.T.L.)

Fuente: revista Caretas

En 1980, cubría una marcha de apristas y sus "búfalos" le rompieron la cámara. Aquí reclamándole a Villanueva y Negreiros.

Histórica portada de Caretas. Eugenia Sesarego afronta juicio en caso Banchero. René Pinedo tomó decenas de imágenes que merecieron la portada de la prestigiosa revista.

Recientemente, la familia del recordado reportero gráfico aportó ésta fotografía de un cuestionado abogado en juicio de terceros en donde se requería probar su oscuro pasado.

jueves, 13 de enero de 2011


Vargas Llosa: salvado por el periodismo

Posted on Noviembre 04, 2010


El periodismo salvó la carrera literaria de Mario Vargas Llosa. La aparición de El sueño del celta (2010), lo confirma. El novelista conoció la historia del británico Roger Casement cuando leyó una biografía de uno de sus escritores favoritos, Józef Teodor Konrad Korzeniowski, más conocido como Joseph Conrad,  el autor de El corazón de las tinieblas (1902). Al escritor le entusiasmó mucho más la cautivadora biografía de Casement al enterarse que estuvo en Perú para reportar los escalofriantes abusos que los caucheros inflingían a los indígenas amazónicos.. Como si se tratara de un veterano reportero de guerras, Vargas Llosa viajó a todos los escenarios, desde los que Casement informó sobre los horrores del dominio del hombre blanco sobre los nativos. Luego de haber entrevistado a decenas de especialistas y expurgado bibliotecas en Londres, Dublín, Madrid, Iquitos, y Kinshasa, entonces recién comenzó a escribir su decimoséptima novela.

Una vez más, el periodismo le dio material para la ficción. Redescubrió el valor del periodismo para crear ficción después de haber publicado cinco novelas, todas construidas con la experiencia vivida: La ciudad y los perros (1963), La casa verde (1966), Conversación en La Catedral (1969), Pantaleón y las visitadoras (1973) y La tía Julia y el escribidor (1977). Después dio un espectacular giro. Recurrió al reporterismo callejero, a la investigación periodística, al viejo oficio con el que se inició a los 15 años en el diario “La Crónica”, para emprender una nueva etapa literaria con una novela sobre la rebelión de los Canudos, en Brasil. Para forjar La guerra del fin del mundo (1981) retomaría el periodismo, al que había abandonado durante veinte años, para buscar historias verdaderas y transformarlas en ficción. Transformado en reportero de la historia, durante cuatro años se dedicó como un poseso a reconstruir lo que sucedió en los fatídicos años 1896 y 1897 en los áridos sertones, por donde anduvo el fantasmal Antonio Conselheiro. Leyó todo lo que se había escrito sobre el tema, revisó los archivos con documentos originales donde están registrados los hechos e hizo un viaje hasta los escenarios donde se desenvolvieron los episodios violentos.

Luego de haberse informado concienzudamente hasta dominar los detalles como un perito, Vargas Llosa se despojó de la condición de periodista para contar como diestro novelista su propia versión de lo que llamó La guerra del fin del mundo (1981).

Juan Gargurevich y su libro sobre la faceta reporteril de Mario Vargas Llosa

Mentir con conocimiento de causa 

A Vargas Llosa jamás se le había ocurrido escribir nada sobre Canudos porque simplemente no sabía nada del asunto, hasta que se lo relató el director de cine brasileño Ruy Guerra, quien le planteó que hiciera un guión sobre una historia relacionada con la rebelión religiosa. El proyecto fracasó, pero el novelista se quedó con la historia, se apasionó y se apoderó de ella. “Creo haber leído prácticamente todo lo que se ha escrito sobre Canudos. A todo el mundo le expliqué que no estaba escribiendo una novela apegada a la historia, y que quería conocer la verdadera historia, digamos, para mentir con conocimiento de causa”, le dijo Vargas Llosa al periodista brasileño Ricardo Setti, del diario “Jornal do Brasil”, a quien también describió su labor de reportero para obtener información de fuentes directas: “No sé con cuánta gente hablé, pero fueron decenas y decenas de personas. La verdad es que (en Bahía) no hacía otra cosa que ir de pueblo en pueblo. Recorrimos los 25 pueblecitos donde se dice que estuvo el Conselheiro. Y quizá para mí el día más emocionante de mi vida -creo que nunca he sentido tanta emoción-, ha sido aquel en que llegué (.) al monte que fue escenario de la gran batalla de la guerra, donde está la cruz que estuvo en la iglesia de Canudos y que se ha plantado allí y que está todavía llena de los impactos de las balas. Usted no sabe la emoción que me causó llegar allí. Yo llevaba dos años trabajando en eso y realmente era como si mi fantasía se estuviera materializando”

Es la misma emoción que sintió John Hersey cuando entró en la bombardeada Hiroshima para entrevistarse en secreto con los sobrevivientes. La idéntica emoción que invadió a Hunter S. Thompson el día que llegó hasta la tumba de Ernest Hemingway para comprobar que el autor de Por quién doblan las campanas, efectivamente, había sido capaz de suicidarse. La misma emoción que seguramente sacudió a Mario Vargas Llosa el 19 de enero de 1952, cuando en su condición de reportero policial de “La Crónica”, presenció el cadáver despanzurrado y encharcado en sangre de una mujer apuñalada por su novio enceguecido por los celos. 

 El método para escribir La guerra del fin del mundo resultó muy eficaz, al punto que lo repitió para escribir el siguiente libro, Historia de Mayta (1984). El interés por la insurrección del subteniente de la Guardia Republicana, Francisco Vallejos Vidal, el sindicalista Jacinto Rentería y el líder campesino Vicente Mayta Mercado, en Jauja, atrapó la avidez literaria de Vargas Llosa a principios de los 60 en París, antes de haber publicado ninguna novela. Fue cuando leyó una noticia pequeña en el diario “Le Monde”, en 1962, sobre  el primer ensayo de revolución de inspiración marxista-leninista en el Perú encabezado por Vallejos, espoleado por la victoria de Fidel Castro en Cuba. En esa época Vargas Llosa adhería el socialismo y era amigo de varios de los revolucionarios que morirían en otros intentos de insurgencia, como Javier Heraud, del Ejército de Liberación Nacional (ELN), en 1963; y Luis de la Puente Uceda, Guillermo Lobatón y Paul Escobar, del Movimiento de la Izquierda Revolucionaria (MIR), fallecidos en 1965. Aunque en ese periodo no pudo escribir sobre las revoluciones fracasadas, debido en parte a la cercanía de los hechos y la fraternidad con los protagonistas, tuvo que apretar los dientes hasta buscar una oportunidad propicia. Ese  momento recién llegó 18 años después, al reventar la “guerra popular” de Sendero Luminoso, la violenta guerrilla marxista-leninista-maoísta, en 1980. El novelista vio en el movimiento protagonizado por el subteniente Vallejos el principio de lo que después desembocó en la espantosa y fanática violencia abimaelista.

Mario Vargas Llosa reporteando sobre el conflicto entre Israel y Palestina

Conversando con amigos y enemigos 

Para escribir Historia de Mayta otra vez asumió el papel de periodista y buscó toda la información que se publicó sobre el levantamiento del 29 de mayo de 1962. Entrevistó a sobrevivientes y testigos de la época, se desplazó hasta los escenarios donde ocurrieron los incidentes, se sumergió hasta la coronilla en la historia borroneada por el tiempo. Buscó a todos los que tuvieron contacto con el policía Francisco Vallejos, el sindicalista limeño Jacinto Rentería y con el líder campesino Humberto Mayta. En una entrevista, Vargas Llosa describió el trabajo que tuvo que hacer para documentarse. “El narrador trata a través de entrevistas, a través de una pesquisa a reconstruir quien fue Mayta. Así, esta indagación lo lleva a visitar a diversas personas, a revisar periódicos antiguos, a recorrer bibliotecas tras el afán de reconstruir la figura del mítico protagonista de la historia de Jauja”, explicó a Jorge Salazar, de la revista “Caretas”: “Para ello conversa con antiguos amigos y enemigos del personaje que le obsesiona y coteja las diversas versiones”. Pura investigación periodística. Que usó el mismo método de La guerra del fin del mundo para componer Historia de Mayta, se lo confirmó al mencionado Ricardo Setti: “Sí, traté de averiguar todo lo que se publicó, en los periódicos de la época, testigos, participantes, todo lo que pude”, le contestó: “Naturalmente que hubo mucha resistencia, mucha gente que no quería hablar. Es un tema que todavía tiene consecuencias, y eso hace que mucha gente sea muy prudente. Me costó mucho trabajo conseguir muchas informaciones, en fin, creo haber leído también todo lo que se ha escrito sobre ese episodio”. La misma técnica de reconstruir la realidad para contarla de nuevo, desde la ficción de la literatura. Mentir con conocimiento de causa. Sin embargo, luego de la experiencia con La guerra del fin del mundo e Historia de Mayta, una vez más los demonios interiores de la experiencia propia lo volcaron a escribir ¿Quién mató a Palomino Molero? (1986), El hablador (1987), Elogio de la madrastra (1988), Lituma en los Andes (1993) y Los Cuadernos de Rigoberto (1997).

Retomaría el reporterismo para investigar el crimen del sátrapa Rafael Leónidas Trujillo, cometido en 1961. La idea de La fiesta del Chivo (2000) surgió durante su estancia en República Dominicana en 1975, en el rodaje de la primera versión fílmica de Pantaleón y las visitadoras. Vargas Llosa ha desmentido que el régimen corrupto de Alberto Fujimori y Vladimiro Montesinos lo inspiró para emprender el libro, pero algunos personajes coinciden. Como sucedió con La guerra del fin del mundo e Historia de Mayta, Vargas Llosa se entregó en cuerpo y alma a la búsqueda de material para su nuevo proyecto, La fiesta del Chivo (2000), dirigiéndose a las fuentes, en particular las humanas, como enseña Ryszard Kapuscinski.

Vargas Llosa en el campo de acción de la pugna en Medio Oriente

Víctimas del Síndrome de Estocolmo

“He leído todo lo que ha caído en mis manos (publicado y no) al respecto. Testimonios, confidencias sobre las conspiraciones que hubo para matar (al Chivo) y he conversado con personas de todos los bandos que actualmente viven en República Dominicana. No ha sido una tarea difícil porque allí ya no existen tabúes para abordar un tema como éste”, confesó a “Caretas”, según la edición del dos de marzo del 2000: “He tratado de ser fiel, en la medida de lo posible, en transmitir lo que pudo ser el ambiente moral y psicológico de la dictadura. He tratado de ser fiel -horrorizado e intrigado, al mismo tiempo- en la descripción de las relaciones entre el dictador y sus víctimas, muchas de ellas capturadas por el Síndrome de Estocolmo. Es decir, que le rendían culto, fenómeno muy frecuente en los tiempos de Hitler o Stalin, pero ninguno llegó a los extremos de éste, por las mismas características del régimen”. Era la segunda vez que exploraba un país extraño, después de La guerra del fin del mundo, que no era el suyo, y por eso mismo, implicaba un desafío. “Se trata de un país que no es el mío y los retos han sido muy grandes. He explorado un terreno desconocido y sin caer en el costumbrismo he tenido que reflejar las variantes tan sabrosas de su idioma. Ha sido, realmente, un esfuerzo rejuvenecedor”.

Mario Vargas Llosa desde siempre ha permanecido vinculado con el periodismo, pero como frecuente columnista de la realidad mundial, una actividad más relacionada con la opinión, el análisis y la bitácora del escritor. Pero con el reporterismo se ha reencontrado en la segunda mitad de su vida, después de los 50 años. El novelista se lo explicó de la siguiente manera a Katharyn Rodemann, de la revista “Texas Monthly”, en noviembre del 2002: “Aunque a mí lo que más me gusta es la literatura, no me gustaría vivir solamente en un mundo de ficción, cortado del resto de la vida. No. Yo quiero tener siempre un pie en la calle, estar inmerso en lo que es la actividad de mis contemporáneos, del tiempo, del sitio donde vivo. Y eso lo representa el periodismo. El periodismo es una manera de opinar, de participar en el debate político, social o cultural. Y eso es lo que hago. Esos artículos son como un puente con el resto de la sociedad, y es una manera de mantenerme en contacto con la vida diaria, con la historia haciéndose”. Luego, confesaría la utilidad literaria del reporterismo: “El periodismo siempre ha sido para mí muy importante. Durante mucho tiempo me gané la vida haciendo periodismo, y también ha sido una fuente de temas. Muchas de las cosas que he escrito no las hubiera escrito sin haber tenido experiencia de periodista”. Gracias a dicha práctica, tenemos ahora El sueño del celta.

Los primeros años de reportero de Mario Vargas Llosa en las zonas más conflictivas del país

En busca de la hija perdida 

Terminada La fiesta del Chivo, a continuación emprendería una investigación sobre Flora Celestina Teresa Enriqueta Tristán Moscoso (1803-1844) y su nieto Eugène Henri Jean-Paul Gauguin (1848-1903), la franco-peruana feminista y socialista que soñaba con una revolución utópica, y el torturado y más grande pintor francés del siglo XIX, protagonistas de El paraíso en la otra esquina (2003). El interés por Tristán comenzó luego de leer Peregrinaciones de una paria (1838) cuando estudiaba en San Marcos, en la segunda mitad de los años 50. En esa época Vargas Llosa estaba entusiasmado con la revolución cubana y era parte de la oposición comunista al sátrapa Manuel Odría. Una vez más, para inventar con conocimiento de causa, el novelista, en su afán por retratar con pasión y certeza a sus personajes, se zambulló en una vorágine investigativa, que esta vez fue más penosa y difícil porque había episodios oscuros, no documentados, de Flora Tristán. La mujer hizo una episódica pero decisiva travesía por el país, específicamente en Arequipa. “Apenas estuvo poco menos de un año en el Perú, pero fue un año fronterizo en su vida”, le dijo Vargas Llosa a Carlos Batalla, de La República: “Sin la experiencia peruana, Flora jamás hubiese sido lo que fue. El viaje al Perú lo emprende, por una parte, escapando de la persecución del marido que había abandonado, y, por otra, con la idea de ser reconocida por la familia Tristán y así recuperar la herencia de su padre que había perdido por ser hija ilegítima. A Europa vuelve una mujer que no ha conseguido ninguno de esos objetivos, pero que es capaz de luchar por cambiar la situación de la mujer e iniciar un proceso de transformación del mundo entero”. 

 En la última década Vargas Llosa ha abandonado el escritorio del columnista de opinión para revelarse como reportero de guerras. Impulsado por la necesidad de ser testigo directo de los hechos, en 2003 visitó Irak para verificar las consecuencias de la invasión estadounidense. Atento a la evolución del conflicto árabe-israelí, en 2006 el escritor anduvo por las zonas calientes de Israel y Palestina y habló con los actores de unas las guerras más prolongadas y crueles del planeta. Así como lo hicieron en el terreno, arriesgando su propia vida, Stephen Crane, que reportó, entre otras conflagraciones, la guerra de Estados Unidos contra España por el control de Cuba (1898); Ernest Hemingway, que envió despachos desde campos de batalla la guerra civil en España (1936-39; y Vasili Grossman, que estuvo con el Ejército Rojo desde que salió de la Unión Soviética y liberó a a los presos de los campos de concentración (1943-45). Vargas Llosa, como los viejos reporteros, y en una demostración de que el verdadero periodismo contiene una alta dosis de coraje, en una edad en que los escritores consagrados prefieren disfrutar de una cómoda jubilación, partió a los escenarios donde la condición humana sufre brutales humillaciones que los grandes medios suelen ignorar.

 
Comision investigadora de la matanza de Uchuraccay, 1983

El sueño de Varguitas 

Al comienzo de 2009 estuvo en el Congo, un país que vive en guerra desde que alcanzó la independencia en 1960, una herencia del feroz e impune colonialismo que impuso el monarca belga Leopoldo II. Viajó hasta el meollo del África para conocer, oler, escuchar, sentir, a esa nación incapaz de gobernarse por sí misma. Se mudó hasta el meollo africano porque allí estuvo el diplomático británico que en 1900 despachó informes sobre la imposición del esclavismo como sistema de trabajo que se saldaba con la muerte de millones de congoleses. Ese diplomático era Roger Casement, el héroe del nuevo libro de Vargas Llosa, El sueño del celta. Debido a su notable experiencia en territorio congolés, la Oficina de Asuntos Exteriores del Reino Unido encomendó a Casement  recorrer el Putumayo, en la Amazonia peruana,  donde comprobó que la compañía de capitales británicos, Peruvian Rubber Company, perpetraba crímenes en agravio de la población indígena a la que sometía para explotar el caucho. Roger Casement encaja perfectamente con el prototipo de héroe del mundo de Vargas Llosa: el que combate la opresión de cualquier forma de poder, como el padre de familia dictatorial, un sátrapa sudamericano o caribeño, un director de escuela represivo y violento, un marido enceguecido por la venganza, etc. Vargas Llosa no solo descubrió a Casement en una biografía de Joseph Conrad sino también supo que era amigo del autor de El corazón de las tinieblas, una narración espantosa que el autor construyó luego de vivir medio año en el Congo. Había visitado el infierno donde el hombre blanco tenía licencia para matar al hombre de color, el círculo que le faltó relatar a Dante Aligheri. Para Vargas Llosa había material extraordinario, así que se embarcó al país africano a jugarse el pellejo entre los fuegos de los bandos enfrentados, para conocer lo que vieron Conrad y Casement. Escribió un estremecedor reportaje de evidente título conradiano: “Viaje al corazón de las tinieblas”. Es el relato de una pesadilla, un adelanto de lo que será la “guerra por el agua”, el conflicto definitivo que hará desaparecer a los seres humanos de la faz de la tierra. “El agua es muy cara, no tienen dinero para pagar lo que cuestan los bidones de los aguateros. Es una queja que oiré sin cesar en todos los campos de refugiados del Congo en que pongo los pies: no hay agua, cuesta una fortuna, ríos y lagos están contaminados y los que beben en ellos se enferman”, escribió. El que posee el agua tiene el poder sobre los demás. Es innegable que lo que ocurre hoy en el Congo es consecuencia de los padecimientos del colonialismo belga que reinó con la bendición de los más poderosos países del planeta. Lo que Casament y Conrad habían visto con sus propios ojos, se repetía ante la mirada espantada de Vargas Llosa.
Las épocas en el que Vargas Llosa aún no imaginaba que obtendría el Premio Nobel de Literatura

Con rabia, pica y pena 

Pero el periodismo no siempre ha sido aplaudido por el novelista, que con cierta frecuencia ha protagonizado confrontaciones con periódicos y periodistas, especialmente en situaciones en las que cumplió un papel público, por ejemplo, como presidente de la comisión que investigó el asesinato de los periodistas en Uchuraccay (1983). En julio de ese año, dedicó un artículo completo, “El periodismo como contrabando”, para denunciar que el periodista londinense de “The Times”, Colin Harding, desinformaba sobre la guerra interna en el Perú al acusar al gobierno de Fernando Belaunde de promover la matanza de campesinos y callar o sesgar los crímenes de Sendero Luminoso. Vargas Llosa aprovechó la ocasión para cuestionar sobre el mismo punto a la prensa del primer mundo. “El señor Colin Harding no es una rara avis, sino el prototipo de una especie numerosa. Abundan en los países del mundo occidental. Están en los grandes diarios, en las radios, en las televisiones, en las universidades. Bajo el camouflage de especialistas en América Latina, contribuyen más que nadie a propagar esa imagen de sociedades salvajes y pintorescas con que muchos nos conocen en Europa, por las distorsiones que llevan a cabo cuando simulan describirnos, investigarnos, estudiarnos”. Tres años después, en una entrevista de Sonia Goldenberg publicada por el diario La República el 30 de marzo de 1986, Vargas Llosa lapidó al periodismo nacional preguntándose: “¿El periodismo que tenemos no es en un 80 por ciento deleznable y vergonzoso? Ese es nuestro país”

 En El pez en el agua (1993) descuartiza sin ascos a los medios de comunicación que lo atacaron con intensidad durante la campaña electoral de 1990, y sin embargo no dedica ninguna línea a la prensa que destruyó a sus contrincantes e hizo propaganda a su favor sin ambages, una de las razones por las que perdió la jefatura de Estado. Muy poco después, algunos de los propietarios de esos medios, se venderían al fujimorato para difamar a los que disentían con la dictadura, como Mario Vargas Llosa lo comprobaría en carne propia. En una ocasión, cuando Nicolás Lúcar, de América Televisión, lo entrevistaba por teléfono, el escritor aprovechó para lanzar un ataque demoledor contra Alberto Fujimori en vivo y en directo. Lúcar no sabía qué hacer para silenciar la vorágine de acusaciones contra la satrapía corrupta. Como Vargas Llosa no se detenía, Lúcar , en un escandaloso acto de censura, cortó la comunicación con el programa en vivo. Ahora Vargas Llosa se ha reconciliado con la prensa, mejor dicho, con la prensa que no se vende. 

En 2006, recibió de la Universidad de Columbia el premio Maria Moors Cabot, uno de los más prestigiosos del periodismo en el mundo. Al recibir la distinción, habló de la profesión que le provee de las grandes historias de sus novelas."El periodismo, tanto el informativo como el de opinión, es el mayor garante de la libertad, la mejor herramienta de la que una sociedad dispone para saber qué es lo que funciona mal, para promover la causa de la justicia y para mejorar la democracia”. Y agregó algunos conceptos de la práctica profesional: "El periodismo debe ajustarse a los hechos y buscar sistemáticamente la verdad (.), debe establecer una clara frontera entre información, opinión e interpretación para que el lector se pueda formar su propia idea de lo que pasa”. En el mismo discurso recordó sus inicios: “El periodismo ha sido un compañero leal, fascinante y fecundo de mi vocación literaria”, apuntó: “Empecé a los 15 años, cuando mi padre me consiguió un trabajo en un diario de Lima (La Crónica) y traté de cubrir de todo, desde crimen y deportes hasta política y obituarios”. Es que, después que uno ejercita el periodismo, no hay manera de abandonarlo. 

 Entrevistado por Iker Seisdedos de “El País” de Madrid, el 29 de agosto de este año, Mario Vargas Llosa reconocería el papel decisivo del periodismo en su carrera literaria. “¿Aún se considera periodista?”, le preguntó el reportero. “Escribo en periódicos. Y a veces aún hago periodismo de calle. Fue además una fuente maravillosa de temas, de personajes. No sé qué porcentaje, casi la mitad de las cosas que he escrito provienen de mis tiempos de periodista”, confesó. Sin el periodismo, Vargas Llosa quizás habría escrito solo la mitad de los libros que ha publicado. FIN.